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Economía

sábado, 19 de febrero de 2011

Memorias de una casa hoy en ruina

Hace unos días, se publicaba en prensa la inminente demolición de una buena parte de las casas “baratas" sitas en la c/ Leyre, Amaya y Teobaldos de Pamplona. Una manzana que estuvo llena de vida, y en la que, por ejemplo, vivió Paki, una de nuestras lectoras. Ante la noticia, se han presentado en su memoria muchos recuerdos que plasma en este escrito para compartirlos con todos los txistorreros y txistorreras.

Por FRANCISCA OLIVARES
Recuerdos de quien nació allí

Yo nací en un primer piso, interior derecha, de la C/Teobaldos nº 11. Era una casa con un portal enorme, tenía 4 plantas con 5 viviendas en cada una de ellas y ninguna era igual a la otra. A mano derecha, 2: una con 5 habitaciones, despensa en el pasillo, amplia cocina y váter (inodoro y lavabo), así eran todos los váteres de todas las viviendas de la casa. A mano izquierda, otra con 6 habitaciones, cocina y una bonita terraza muy amplia. Los balcones daban a la calle Teobaldos y a un patio interior. En la otra, además de a la C/ Teobaldos, también a la C/ Olite y a la terraza, que también daba a ésa calle.

A mano izquierda, 3 viviendas - en una de las cuales yo nací -, tenían 4 habitaciones, dos con balcones a C/Olite, dos a la terraza y una interior, que llamábamos “la alcoba” una cocina amplia y una terraza igual a la descrita anteriormente. La vivienda del Centro, al igual que la de la izquierda, eran interiores y no tenían más que tres habitaciones, más pequeñas, y todas las ventanas daban a patios interiores, muy amplios.

Fui creciendo, escuchando nombres tan sonoros como Anselmo, Antón, Facundo, Ruperta, Pantaleona, Patrocinio, Dorita, Sabina, Teófilo, Onésimo, Goya...; nunca los he leído en el Registro Civil de nacimientos.

Aquella casa, como casi todas las de alrededor, era una verdadera comunidad de vecinos: nos conocíamos todos, la relación entre todos, generalmente era muy buena, se participaba de lo bueno. Cuando se casaba alguna de las vecinas, se adornaban las escaleras y el portal con las plantas que cada vecino tenía en su casa, se salía a los rellanos para desearles lo mejor y ver qué guapas estaban; y si eran los vecinos, no se adornaban la escaleras ni el portal, pero igualmente se salía a desearles lo mejor en su nueva vida. Recuerdo cómo celebramos todos el acierto de una quiniela de 14, por parte de nuestro vecino de terraza, era como si a todos nos hubiera tocado. Cuando fallecía alguien de la casa, allí estaban todos para colaborar en lo que hiciera falta, generalmente se velaba el cadáver toda la noche y siempre había algún vecino acompañando a la familia, incluso se hacían turnos, para que no estuvieran solos. Si alguno tenía una necesidad, como dejar a sus hijos, siempre había una vecina que se ofrecía a hacerlo. Si se había terminado, cualquier producto, no había problema, se llamaba al vecino y si lo tenía, problema solucionado.

Espacios comunes y familiares
Recuerdo que no había frigoríficos, en todas las casas existían las despensas, una especie de cajón, cuyas paredes eran de rejilla, por donde entraba el aire, allí siempre había un tazón con agua y dentro un buen trozo de mantequilla, pescado envuelto en papel de estraza. No había lavadora, en mi casa, vivíamos 8 personas, mi madre tenía unos baldes enormes de zinc, allí ponía un día sí y otro también, la ropa, con agua caliente y jabón de trozo, la dejaba toda la noche a remojo, al día siguiente la aclaraba en la pila de granito y una vez bien escurrida, se tendía en unas cuerdas que había de lado a lado de la terraza.

Tampoco había ducha ni bañera: de pequeña mi madre me bañaba en la pila de la cocina, y cuando dejamos de poder hacerlo, todas las semanas acudíamos a las casa de baños que había en la c/Tafalla. Ni pensar en el cuarto individual con espacio para el estudio. Mis dos hermanas y yo, utilizábamos una misma habitación, en el comedor, siempre había, detrás de la puerta una o dos camas plegables que se utilizaban a diario. El estudio se hacía a diario, alrededor de la mesa de la cocina: recuerdo perfectamente, a mi padre, leyendo la prensa, a mi madre cosiendo y nosotras tres estudiando. Cuando decíamos que ya lo sabíamos, mi padre nos tomaba la lección, y mi madre era la que generalmente nos corregía las redacciones y los problemas de matemáticas.

No existía la calefacción, ni central, ni individual: en nuestra casa, la cocina era de carbón, y en invierno, en un rincón del pasillo, mi padre instalaba una “chocolatera”, así le llamábamos. Extendía un tubo desde la estufa de carbón, por el techo hasta la cocina y allí se empalmaba con la salida de humos de la cocina a la chimenea general de la casa. ¡Qué calor daba aquella estufa! Además los colchones eran de lana: recuerdo que todos los años, venían unos hombres, con unas varas finísimas y vareaban la lana, hasta que quedaba toda suelta; más tarde los volvían a montar y aquella primera noche, era como si estuvieran en una nube. Recuerdo que el trabajo lo hacían en el rellano de la escalera. Y también recuerdo cómo, muchas tardes, algunas vecinas salían al rellano con cuatro sillas y una mesa, a jugar a cartas.

El cubo de la basura era como el de lavar la ropa, pero mucho más pequeño. A primera hora, se bajaba a la calle, y el barrendero pasaba con un carro tirado por un burro. Sabías que había llegado porque tocaba una especie de corneta; vaciaba los cubos y más tarde eran recogidos. Nunca faltó ninguno. El Lechero pasaba a diario: traía en un triciclo grandes garrafas llenas de leche, tocaba los timbres y se bajaba al portal con los recipientes. Lo mismo hacía el cartero: no había buzones y tenías que bajar a por la correspondencia. Si algún vecino no podía estar en ésos momentos, cualquier vecino le recogía la leche o la correspondencia.

Nuevos tiempos
Poco a poco, la mayoría de aquellas casas se fueron modernizando. Entraron primero las radios; más tarde, la TV, los frigoríficos, las lavadoras, las duchas. Desaparecieron las cocinas de carbón, llegó el butano. Desaparecieron aquellos comedores enormes y llegaron los cuartos de estar, con cómodos tresillos y muebles más prácticos. Desaparecieron las camas plegables y entraron las camas nido. Desaparecieron los papeles de las paredes... En una palabra: se hicieron más cómodas. Pero os aseguro que el butano jamás, jamás calentó aquella casa como lo hizo el carbón. Más limpio, pero también más húmedo.

Lo mejor de mi casa, además de las personas que la habitaron y la vecindad que había a nuestro alrededor, fue la terraza, en primavera y verano; sobre todo en verano, la disfrutábamos a tope. Allí pasábamos el día, desde el desayuno hasta la sobremesa de la cena; a veces pasaban algunos vecinos, se cantaba, tocaba la guitarra... era una gozada. Mi cuadrilla de aquel entonces la recuerdan como el mejor lugar de encuentro y divertimento.

La heladería familiar: Casa Amorós
Pero a mí, además del recuerdo de la casa, me queda el recuerdo de la Confitería, Heladería Valenciana, Casa Amorós, sita en C/ Leyre 1. Allí pasamos momentos inolvidables, los juegos en la acera, la comba, la china, "a la vi a la va", escondite, tres navíos en la mar, niños y niñas del barrio y no tan niños, lo pasábamos estupendamente, no había ningún peligro. Los Gigantes de Pamplona nos visitaban todos los años, y era un momento mágico.

Yo creo que todos los alumnos de Escolapios, Salesianos, Vázquez de Mella, Alumnos del Servicio Doméstico, pasaron por aquella heladería. Mi abuelo, el Sr. José, era una persona muy querida por todos ell@s: eso de que hoy en día vayas paseando por Pamplona y escuches “mira, las de Amorós” o te paren para hablar de lo deliciosos que eran los polos de este o aquel sabor, lo buena que era la limonada, o el mantecado, me llena de orgullo. Ahora es un bar que, además de la Heladería, ocupa en la esquina con la C/Olite, librería en aquellos tiempos y un taller lampistería.

Porque como muy bien decía, hace tres años, Lucía Baquedano en su columna La Ventana, aquella manzana de casas tenía en sus bajos una especie de Corte Inglés. Electricidad, Estanco, Alpargatería, Churrería, Taller mecánico, Garaje de La Roncalesa, Fábrica de caramelos, Peluquería de caballeros, Bares, Cochecitos Pérez, panadería, Tostador de Café, Almacén de Ferretería, Carbonería, Reparación de calzado, Mercería, Garaje, Carnicería... recuerdo todas sus caras, recuerdo todos sus nombres; y, siempre que paso por cualquier de esas calles, siento una nostalgia enorme y tristeza.

No dejan de ser paredes, que nunca fueron descuidadas por sus inquilinos. De una cosa estoy segura, que cuando las nuevas casas se pueblen de vecinos, nunca llegarán a vivir, ni sentir, lo que allí vivimos y sentimos entre todos los vecinos de las casas baratas, las casas de Gorricho.

1 comentarios: on "Memorias de una casa hoy en ruina"

Anónimo dijo...

Gracias, Paqui, por compartir estos recuerdos...