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Entrevistas

Incorrección política

El análisis y comentario político, de cuestiones navarras y del resto del mundo, nos lo da sin tapujos el politólogo y escritor Juan José Domínguez

Juan José Domínguez

Hablemos de dineros...

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Economía

domingo, 20 de febrero de 2011

Desde Palestina: así es una buena juerga

Año 0: Jesús nace en Belén. Año 2010: Erika, nuestra corresponsal txistorrera en Palestina, se va de juerga por Belén. No todo va a ser sufrir ellos y trabajar ella, ¿no? Pues, efectivamente. Y no se crean, que a nosotros nos arroja muchas luces sobre cómo son los palestinos, cómo se divierten, y cómo no les dejan divertirse. A ver si se pensaban ustedes que el único sitio donde limitan el ocio de alguna manera es aquí. Porque de la Rocha a Marengo puede haber controles de alcoholemia, pero no hay checkpoints militares.


Por ERIKA P.
Sin que sirva de precedente, poco seria

Era allá por febrero y era una de las primeras veces que yo salía de juerga en serio por Belén. Los días indicados para ello son los jueves y los sábados, puesto que los días de fiesta son el viernes para los musulmanes y el domingo para los cristianos. Elegimos el sábado, ya que todos mis compañeros de juerga eran cristianos. Sólo Farid, uno de los colegas, expresó sus reservas, porque tenía pensado ir al día siguiente a pedir la mano de su novia a casa de sus posibles futuros suegros y no le parecía demasiado adecuado ir de resaca… Aunque al final, una juerga es una juerga, y no pudo resistirse.

Y empezamos...
Sábado, 9.30 de la noche: Wasim me llama para decirme que pasa a buscarme en coche en una hora. No pregunto por el plan, no sirve para nada. Todo se hace a lo palestino, “sobre la marcha”.

11.00: Con puntualidad palestina, Wasim llega con Amir a buscarme a casa con el coche. Subimos al centro de Belén y nos juntamos con los demás, que van en el coche de Jawad. Pregunto a Amir: “¿A dónde vamos ahora?” Él responde: “Habíamos pensado ir al Ricardo´s a comprar bebida y de ahí irnos a las afueras de un monasterio que hay aquí cerca. Mis padres tienen tierras allá. Dentro de un mes o dos el muro pasará por delante y ya no se podrá ir, así que hay que aprovechar ahora”. Ponemos rumbo a la tienda.

11.30: Llegamos al Ricardo´s, una tienda situada en un alto, al lado de una base militar israelí, en plena zona C (zona de control israelí). Me llama la atención el nombre de la tienda. Wasim me explica que Ricardo, el dueño, es hijo de refugiados palestinos que se fueron a Chile, como tantos otros, y que por eso se llama así. “De hecho, hay más familiares míos viviendo en Chile que aquí”, añade.

11.45: No hay forma de ponerse de acuerdo con la bebida. Al final optamos por el denominador común: vodka (un vodka llamado ‘Perfect’) con limón.

12.00: Como suele pasar, nadie me deja pagar. Me dicen que ellos son los anfitriones y que cuando vayan a mi ciudad ya pagaré yo. Entre tanto, me fijo en un señor barbudo que coge varios packs de cerveza. Al salir, le digo a Yaser, otro colega: “Si hubiera tenido que apostar, hubiera dicho que ese de ahí es musulmán”. “Seguramente lo será”, me contesta. “¿Y qué hace comprando cerveza?” replico yo. “Hay musulmanes que beben, y por esta tienda pasa mucha gente de Hebrón porque allí tienen terminantemente prohibido el alcohol y tampoco tienen tiendas donde comprarlo. Así que se vienen a este sitio, que está apartado de todo, en la carretera hacia Hebrón, y al lado de una base militar y se aseguran de que nadie les va a ver comprar alcohol, y luego se lo llevan a sus casas”.

Botellón frente al asentamiento
12.20: Llama una amiga israelí de Wasim que iba a salir con nosotros diciendo que finalmente no va a venir. La razón: tiene que estar pronto de vuelta en casa y no conoce bien el camino para entrar en Belén con el coche evitando los check points (los israelíes tienen prohibido entrar en zona A controlada por la Autoridad Palestina) así que, entre que encuentra el camino y una cosa y otra, se le iba a hacer muy tarde.

12.40: Llegamos a la carretera del monasterio, que está en un alto, en zona C (zona palestina de control israelí). Dejamos puesta la música en los coches, las luces encendidas, y abrimos las botellas. A nuestros pies, un valle. Al otro lado del valle, una montaña con un asentamiento en la cima.

01.15: El jeep militar que da vueltas por la montaña, rodeando el asentamiento se para, se gira hacia donde estamos y enciende un fogonazo de luz que nos enfoca directamente. No hago nada, a la espera de que los palestinos reaccionen primero. Wasim levanta el vaso en dirección a la luz y comienza a echarse vodka. La luz se desplaza hacia un lado. Wasim se pone a correr en la misma dirección con la botella y el vaso gritando: “¡Espera, espera a que me lo llene, que llevo toda la noche a oscuras sin saber qué coño me sirvo!” Yaser, Jawad, Amir y el resto empiezan a saludar, y yo pregunto si no estaremos haciendo mucho el payaso en mitad de un área C. Amir me dice: “No se van a molestar en venir por una cuadrilla de gente bebiendo, como mucho les estaremos dando envidia”. Efectivamente, el jeep apaga el foco de luz, gira sobre sí mismo y prosigue con sus vueltas alrededor del asentamiento.

01.30. Se unen varias francesas que Amir conoce, que llegan en coche.

02.00: Tras escuchar la Camisa Negra de Juanes y un par de canciones de Andy y Lucas que Wasim llevaba en el coche, suena ‘Bailamos’, la canción de Enrique Iglesias. Protesto: “¿Pero de quién es ese CD?” Farid salta como un resorte: “Eh, a Enrique Iglesias y a su padre ni los toques, que son sagrados”. Empieza la guerra por la música. Wasim quiere poner a un DJ holandés llamado Armin Van Buuren, que le encanta; Amir quiere poner música árabe y Jawad protesta porque nunca escuchamos Marylin Manson, que es lo que a él le gusta. Los demás están ocupados intentando emborrachar a Farid para que no se vaya pronto a casa, como tiene previsto.

Desvariando
02.20. Alguien comenta una noticia que ha salido en la prensa sobre las posibilidades de que suceda un terremoto en Israel. Otro sugiere que a lo mejor hay un tsunami. Wasim, que ya lleva unas cuantas copas, se lo imagina: “Pues si hay un tsunami, el agua entraría por todo Israel y chocaría contra el muro, así que nosotros estaríamos salvados e Israel sería la piscina de los palestinos. ¡Conflicto resuelto!” Risas. Le recuerdo que Jerusalén está en el lado israelí del muro. “Que le den a Jerusalén”, me responde.

02.45: Decidimos irnos. Jawad y Amir conducen los coches; son los que menos han bebido. Wasim dice que tiene hambre, así que decidimos pasar por un garito de comida rápida de la calle principal de Belén que abre hasta las tantas. Entro con ellos a pedir un botellín de agua. Voy ya bastante contenta. No sé lo que le echan al vodka ‘Perfect’ pero, con dos vasos, una ya va vuelta al aire.

03.00: Todos se sientan en los bancos del restaurante y Wasim y yo salimos a echar un cigarro (no porque no se pueda fumar dentro, porque aquí se puede fumar hasta en los autobuses, sino por estar al aire libre). Voy a encender el mechero cuando de pronto oigo un pitido de automóvil que me resulta familiar. Levanto la vista y veo pasar, delante de mis narices, por la calle principal de Belén (zona A controlada por la Autoridad Palestina donde los israelíes tienen prohibido entrar según los acuerdos de Oslo) una larga línea de jeeps militares israelíes. Los cuento. Son 11. Un chaval de unos 10 años que andaba por allí (seguramente proveniente de un campo de refugiados próximo), coge una piedra del suelo y carga el brazo para lanzarla. Wasim se abalanza sobre él y lo evita. Los jeeps se alejan. Wasim le empieza a chillar al chaval si sabe el lío en que nos podía haber metido a todos, y si sabe que se podría pasar meses en la cárcel por eso. El chaval le mira furioso, se da la vuelta y se va sin decir nada. Yo sigo con el mechero en la mano y el cigarro en la boca, sin encender, asimilando el momento. Pregunto a Wasim qué hacen los jeeps en Belén, y me contesta indiferente: “Irán a arrestar a alguien, lo hacen a menudo y siempre por la noche”.

03.30. Una vez Wasim (y algún otro que ha caído en la tentación) ha comido un sándwich, ponemos rumbo a la discoteca.

La discoteca
03.45. Llegamos al Zeituna, la discoteca (ahora se llama Layyal, que significa algo así como ‘Nocturno’, pero la primera vez que fui se llamaba así, ‘Aceituna’ en árabe). Farid ha sido finalmente emborrachado, pero a pesar de ello dice que no va a entrar porque ya la ha liado suficiente y el domingo es un día importante. Se va. “Qué pena, ¡es el primero que perdemos!” Bromea Jawad. Llegamos a la puerta y me informo de que la entrada vale 50 shekels (10 euros) sin derecho a consumición. Las francesas lo oyen y todas menos una deciden no entrar e irse a casa. Tras ellas, la mayoría de los palestinos también. Sólo hay dos, Wasim y Jawad, que quieren entrar. Pregunto al resto por qué se quieren ir, y Yaser me dice: “Tenemos que ser el mismo número de tíos que de tías para poder entrar”. Me quedo sorprendida. Wasim comenta algo de que conoce al encargado, pero Yaser dice: “Da igual, os lo pasaréis mejor si estáis sólo los cuatro”. Yo no entiendo nada, pero decido a entrar.

04.00: Empujo la puerta de entrada a la disco y lo primero que oigo es…. ¡¡El Bamboleiro de los Gipsy Kings!! Quizá por lo inesperado del asunto, me hace muchísima ilusión, así que me lanzo a la pista de baile, arrastrando a Wasim, Jawad y la francesa. A los pocos segundos descubro, ante mi sorpresa, que prácticamente todos los tíos de la disco, incluyendo a Wasim y Jawad están bailando… ¡¡y además lo hacen bien!! (Lo siento pamploneses, no estamos muy acostumbradas a esto… ) En la barra, tres o cuatro personas esperan a que les sirvan la copa y en las sillas y mesas de alrededor de la pista, sólo hay alguna pareja acaramelada. Todo el resto de la gente está en la pista bailando como loco, cantando juntos, chillando, sudando, vacilándose con los de alrededor; un ambiente de alegría, euforia y despreocupación que se contagia al cuerpo rápidamente.

04.15: Tras perder de vista a Jawad y a la francesa en medio del jaleo, me percato de un detalle: todo el mundo baila en parejas. Debería de resultarme raro; sin embargo, el hecho de bailar de dos en dos no impide a nadie vacilarse con las parejas de alrededor y cantar con ellos, lo cual me resulta de lo más natural; de hecho, yo llevo un rato bailando “con” Wasim y ni siquiera me había dado cuenta. Entonces entiendo las palabras de Yaser, “si estáis sólo los cuatro, os lo pasaréis mejor”. A las canciones de los gipsy kings les siguen canciones antiguas de Madonna, alguna de Shakira, Beyoncé, Ryhana, y los últimos éxitos discotequeros. Si no fuese por las canciones árabes que se intercalan, podría cerrar los ojos y encontrarme en Marengo… “Solo que en Marengo… No hay este ambiente en el que parece que nos conocemos todos y da igual con quién te pongas a bromear…. ¡ni la gente baila así!”, pienso.

05.15. Llevamos más de una hora bailando y cantando sin descanso, y tanto Wasim como yo estamos sudando como pollos. Me enciendo un cigarro y viene el segurata a decirme que en la pista está prohibido fumar. “Tiene gracia”, pienso. “Será el único sitio en toda esta zona A donde no se puede fumar, la pista de baile de la discoteca”. Wasim dice que él también quiere fumar, así que buscamos a Jawad y a la francesa y nos sentamos en una mesa. “¡6 eurazos el cubata!”, me dice la francesa. Decido no pedir nada. Le pregunto a Jawad por qué la norma de que entren el mismo número de hombres que de mujeres. Me dice que “son pocas las mujeres árabes a las que sus familias les dejan salir por la noche”. Aunque sí se ve algún grupo de amigos mixto, Jawad me explica que “la mayoría de las mujeres que están aquí están prometidas y han venido con sus parejas, o han salido a celebrar alguna fiesta especial, seguramente con alguno de sus hermanos”. Lo que yo deduje por lo que me dijo es que si no imponen esa norma, la discoteca acabaría siendo un campo de nabos borrachos que no harían más que crear problemas.

La vuelta a casa
05.45. La discoteca cierra. Nos subimos al coche de Jawad y nos vamos a un pequeño establecimiento con un horno en la parte alta del centro de Belén a comer Kaek (pan con sésamo) relleno de queso fundido. Vemos amanecer desde allí con las llamadas al rezo de las mezquitas sonando de fondo.

06.30. Entro al patio de casa después de que Jawad me traiga en su coche. Los vecinos y el señor de la tienda de debajo de casa, que ya están todos despiertos, me saludan intrigados, seguramente preguntándose si vengo o si voy. Llego al baño con intención de lavarme la cara y no sale agua del grifo. “Mieeeeeeeeeeeeerda”. Salgo al patio y pregunto al vecino. “Israel ha vuelto a cortar el agua”, me confirma. Después de la noche discotequera, vuelta a la realidad; el corte de agua le ha tocado otra vez a mi barrio. Cojo varias botellas de agua que mis compañeras de piso y yo almacenamos para estos casos debajo del fregadero, me lavo la cara y los dientes y me voy a dormir.

(Por cierto, Farid fue de resaca y con cuatro horas de sueño a pedir la mano de su novia y la consiguió. Se casan el año que viene y estoy oficialmente invitada a la boda).

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