Por JAVIER DOMÍNGUEZ
Periodista
Creyentes e incrédulos, ateos e incluso agnósticos, pamploneses y forasteros, navarros y del mundo. Católicos y no católicos. Corredores y espectadores. Cada mañana, los tres cánticos ante la hornacina para implorar la protección del santo morenico se convierten en la auténtica comunión, la comunidad en torno a una fe, a un capote salvador. Los que lo cantan y los que lo miran saben que hay algo que nadie entiende, porque nadie ve, que evita más muertes en el encierro. Que protege a los patas y a los buenos corredores, que desvía milagrosamente las trayectorias de los cuernos apenas 5 centímetros para que escalofriantes cornadas no se conviertan en mortales.
Alan, el irlandés, y P.T., el pamplonés, volvieron a nacer en el callejón. Uno el sábado, otro el domingo. Uno, inconsciente de lo que hacía; otro, sabedor (y mucho). En el caso del corredor habitual, al capote le ayudó la asistencia sanitaria y la rapidez en el traslado. Pero también, quizá, la invisible mano de Daniel, que le echó un cable a ese santo que, cuando le tocaba a él, se quedó dormido. Daniel no quería irse acompañado. Daniel, en realidad, no quería irse.
1 comentarios: on "Capotes"
Año tras año , los que vivimos en Pamplona vemos el " capote de San Fermin " en muchos rincones.¡Viva San Fermin !y gracias a los que le ayudan a hacer su labor que también son muchos.
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