Imagina que vives en una casita de la Txantrea (bueno, igual no te hace falta imaginártelo.) Naciste allí y antes que tú ocupó la casa tu padre desde que se casó. Un buen día vienen y construyen Orvina y -vamos a echarle más imaginación- los que se instalan son franceses. De pronto recibes una carta del ayuntamiento preguntándote por qué no pagas el alquiler de tu casa a los franceses, ya que es su territorio. Tú, tras recuperarte del asombro, te niegas a pagarles, así que al cabo de un mes aparece en tu buzón otra carta con una orden de expulsión. Tienes 60 días para largarte antes de que se presenten en tu casa 150 nacionales armados hasta los dientes y te echen a patadas. Con un poco de suerte, hasta ves cómo reducen tu casa a escombros mientras te alejas con tu familia y con las pocas pertenencias que hayas podido salvar. ¡Ah! Y por cierto: si quieres tener esos 60 días de margen, el lujo te va a costar 50.000 dólares, por toda la pasta que no les has pagado a los franceses en concepto de alquiler.
Surrealista ¿verdad? Pues si damos un salto en el mapa y nos plantamos en Jerusalén Este (teóricamente territorio palestino), tropezaremos con un señor llamado Maher Hannun que se encuentra exactamente en esta situación. Su padre compró esa casa cuando todavía Cisjordania era Jordania, en el 56, en el barrio de Sheij Jarrah. Antes vivía en un pueblecito al lado de Haifa, pero en la guerra del 48 los israelíes arrasaron su poblado y tuvo que huir, convirtiéndose en refugiado. A pesar de los pesares, tuvo suerte: encontró un buen trabajo y una guapa esposa y por fin pudo salir del campo de refugiados y comprarse una casa digna.
En ese mismo hogar nacieron sus tres hijos. Uno de ellos, Maher, se quedó a vivir en esa casa. Los otros dos se construyeron sendas viviendas a ambos lados de la suya.
Podría parecer que, al no escuchar nada de esto en los medios, los colonos actúan de manera discreta. Pero cuando uno está aquí, se da cuenta de que hace falta proponérselo con ganas para no enterarse de todo lo que hacen. El mismo domingo en que Maher tuvo el juicio, los colonos de los alrededores de Hebrón anunciaron a bombo y platillo que habían conseguido un permiso para “hacer un tour” por Hebrón al día siguiente.
En cuanto los palestinos hebronitas se enteraron de los planes de los colonos, se armó un buen revuelo. No era suficiente con la humillación del día a día, sino que encima ahora los colonos ilegales pretendían hacer un tour turístico por su trozo de ciudad. Prepararon una manifestación a la entrada de la ciudad antigua y llamaron a observadores internacionales, prensa, voluntarios de ONG, etc…
Pero a todo esto, hemos dicho antes que el Papa estuvo por aquí la semana pasada, ¿no? Sí, así es, vino a hacer un “peregrinaje por la paz” acompañado de peregrinos venidos de todas partes del mundo, supongo que para ayudarle en eso de conseguir la paz. Yo conocí a un grupo de ellos en la misa que el Papa dio en Belén. Eran un conjunto de mujeres canadienses y yo tenía a un par de ellas sentadas a mi izquierda. Una de ellas escribía en su diario: “Hoy nos levantamos pronto para salir de Jerusalén hacia el oeste.”
Yo me quedé pensativa. Quizá no presté mucha atención en el colegio, pero yo siempre había pensado que el oeste es “la izquierda”. Se ve que la mujer había escuchado algo de que irían hacia “the west bank” (en inglés Cisjordania se llama así porque queda al oeste de Jordania, no al oeste de Israel) y dedujo que Belén estaba “a la izquierda.”
Al rato un señor apareció y comenzó a repartir gorras con la bandera palestina. Me hizo gracia y cogí una. Una de las mujeres lo vio y me preguntó de dónde era yo. Le dije que española. Seguidamente, y señalando a la gorra, me pregunto, con un par: “¿Por qué cogiste la gorra? ¿Es esa la bandera de España?” No me caí de culo porque ya estaba sentada, así que le contesté: “No, es la bandera de Palestina, el sitio donde estás ahora.” La mujer me miró extrañadísima y cogió una gorra tímidamente. Claro, si se pensaba, como su compañera, que esa mañana había ido hacia el oeste, seguramente dedujo que todavía estaba en Israel.
Una vez que Su Santidad se fue, me puse a charlar con mis amigos de Belén. Les pregunté si creían que la visita del Papa aportaría grandes cambios a la situación de los palestinos. “Bueno”, decía uno con su habitual humor ácido: “nos asfaltaron una carretera para que el Papa pudiese entrar en Belén, ¡y el alcalde dice que nos la podemos quedar!”


6 comentarios: on "Un par de días en "Absurdistán""
Ya se sabe, donde no hay petróleo...
Muy buen reportaje. Enhorabuena.
Buen reportaje.
Triste pero cierto... ¿Cambiará algún día?
Brillante Erika, como siempre
Genial relato. Zorionak!
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