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Juan José Domínguez

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Economía

martes, 17 de febrero de 2009

Desde Palestina (III): Operación Limpieza

Por ERIKA JARA
Periodista, ha colaborado para LTXD desde Palestina
(Fotografías de la propia autora)

En vista de que el sábado (Sabat) no circulan casi autobuses en Israel, decidí salir del país el viernes en un alarde de lo que yo pensaba era mi desarrollada capacidad organizativa. El autobús salía de Jerusalén para Eilat a las 14.00 horas, lo cual me permitiría llegar a la frontera sobre las 19.00 y dormir en el lado egipcio sin importar cuánto tiempo me retuviesen en la frontera. El sábado saldría hacia El Cairo en autobús y así habría conseguido esquivar el sábat judío israelí y el viernes musulmán egipcio. Era el plan perfecto.

Antes de dejar el hotel, me aseguré de completar convenientemente la ‘Operación Limpieza’ en mi ordenador, cámara de fotos y grabadora para no dar ningún argumento en mi contra a la policía de la frontera: pasé las fotos y entrevistas grabadas de los últimos días a un CD y, junto con otros libros y panfletos que había ido guardando durante la semana, los metí en un paquete y los puse rumbo a Navarra por correo postal. Me aseguré de que la grabadora estuviera vacía y eliminé el historial de google de la última semana. Toda precaución es poca.

Con todo listo, me dispuse a dejar el hotel. Pero como ya os imaginaréis, Israel es una caja de sorpresas y no todo fue tan fácil. Durante las siguientes horas me vi inmersa en una especie de Magical Mistery Tour donde todo sucedía sin orden ni control. Fue como el climax final de una semana surrealista:

Salí del hotel sobre las 13.15, y tardé poco tiempo en darme cuenta de que en mis cálculos había pasado por alto un detalle: era viernes, el día sagrado de los musulmanes. Jerusalén Este, el lugar donde habitan los árabes, ha quedado reducido en los últimos tiempos a un 7% de la ciudad urbana, parte del cual se hacina en el interior de las murallas de la antigua ciudad, donde las callejas no miden ni tres metros de ancho. Allí es exactamente donde se situaba mi hotel y, por supuesto, me dio por dejarlo en el mismo momento en que todo Jerusalén Este salía de las mezquitas y las callejas se atestaban de gente sin ninguna prisa. Lo que normalmente me hubiera costado cinco minutos me llevó veinte, y salí por la puerta de Damasco al exterior de las murallas con 20 minutos de margen para llegar hasta el autobús.

Me monté en el primer taxi que vi y acepté el primer precio que me ofreció para no perder tiempo, aunque realmente, lo mismo daba: el tráfico estaba totalmente parado porque, según me explicó el taxista, el atasco de los coches de los árabes deseosos de salir a algún lado y disfrutar del viernes se veía agravado por las calles que los judíos habían cortado al considerar que el Sabat empezaba el viernes al mediodía. Le dije que atajase, que llevaba prisa, pero se negó a cruzar los barrios judíos ultraortodoxos, donde el descanso del Sabat se cumple a rajatabla: “No quiero que piensen que soy un provocador y me apedreen el taxi”, me dice. Le creo; unos días antes crucé el barrio ultraortodoxo de Mea Shearim y fue como viajar al siglo XIX. Mujeres con pañuelos en la cabeza y faldas de tonos oscuros hasta los tobillos y hombres con sombreros y chaquetas negras hasta la rodilla y dos tirabuzones a ambos lados de la cara pululaban por calles estrechas llenas de casas de aspecto pobre en cuyas paredes alguien había colgado unos carteles que avisaban de que los turistas no eran bien recibidos.

En mitad de la tormenta, a uno de los viandantes se le voló el sombrero, que fue a caer a mis pies. Me acerqué para devolvérselo, pero él sólo me dijo, con sequedad: “déjalo en el suelo.” Lo dejé caer al suelo mojado y él se agachó para recogerlo; se fue sin siquiera mirarme a la cara. Y sí, me lo imagino lanzando piedras como un desesperado a un coche que cruza su barrio en Sabat.

Llegamos a la estación a las 13.55. Perdí definitivamente la esperanza de coger el autobús cuando una cola que daba la vuelta a la manzana me hizo recordar que, en este estado de la manía persecutoria, en todas las estaciones de autobús de Israel existen puntos de control y detectores metálicos que convierten sus entradas en embudos. Abrí mi archivo mental de horarios y localicé un autobús que salía de Tel Aviv a las 15.00. Busqué como loca un ‘service’ (especie de taxi-minibús compartido) pero los dos que había en ese momento estaban ya completos. Esperé al tercero mirando nerviosa al reloj y preguntándome si conseguiría salir del país. Por suerte llegó pronto, llegué a la estación de Tel Aviv a las 14.55 y conseguí coger el autobús a Eilat en el último segundo.

Camino del sur, atravesando el desierto del Neguev, me percaté de algo que no había apreciado al llegar: según nos acercábamos a Eilat, más y más paneles publicitarios y rótulos de tiendas de los diversos pueblecitos pasaban a estar escritos en ruso. La razón es que una gran cantidad de ellos vive en la parte meridional del país, una de las más pobres. Algunos comenzaron a llegar ya en las primeras aliyas (hace casi 100 años) huyendo de los pogromos zaristas. Otros se incorporaron tras la creación del Estado de Israel y algunos, que no eran judíos pero sí pobres, se hicieron pasar por seguidores de la Torah al oír que en Israel ‘reglaban’ casa y trabajo a todos los judíos.

Llegué a Eilat a las 20.00 de la tarde. Como tenía hambre y no sabía cuanto tiempo tardaría en alcanzar el lado egipcio, decidí cenar algo antes. Una vez llené el estómago, me preparé mentalmente para la aventura fronteriza. Comprobé una vez más que la grabadora estaba vacía y que en la cámara de fotos no quedaba nada subversivo. Repasé mi coartada y cogí un taxi rumbo a lo que pensaba sería el momento clave del viaje de vuelta.

Me acerqué a la entrada esforzándome por parecer una guiri sorprendida y despistada. Un musculoso policía me cerró el paso, me pidió el pasaporte y me preguntó: “¿llevas contigo algún tipo de explosivo, arma u objeto metálico que pudiese usarse como tal?” Me imaginé a mí misma respondiendo: “sí, llevo concretamente dos kilos de Goma 2, tres sables ninjas y un tarrito de pólvora para aderezar.” ¡Vaya pregunta! Puse cara de pobre turista impresionada y respondí que no. Pasé al interior y divisé al final del pasillo una ventanilla con una mujer policía dentro. Me acerqué y me pidió el pasaporte. Casi sin mirarme a la cara lo abrió, lo selló y me lo devolvió. Le faltó empujarme para que me fuese de allí cuanto antes. Y eso fue todo.

¿Para eso me había tomado tantas molestias con la ‘Operación Limpieza’? Pensé en mis valiosas fotos y mis entrevistas grabadas, que estaban camino de Pamplona en algún avión mientras que por la frontera podía haber pasado kalashnikovs para armar a medio pueblo de Taba. Ni siquiera me hicieron pasar por un detector de metales. La verdad es que tuve una extraña sensación de decepción.

Con esta gente tan imprevisible y con tantos niveles de surrealismo y fanatismo repartidos por el callejero, ¿cómo iba a ser fácil cubrir unas elecciones? Sólo un vistazo a los resultados da una idea de la enormemente diversificada flora y fauna que puebla este pequeño rincón del planeta: entre los tres partidos más votados –el Kadima de Livni, el Likud de Netanyahu y el Yisrael Beitenu de Lieberman- suman tan sólo 71 de los 120 escaños que forman el Knesset. El resto de competidores electorales conforman una amalgama de 30 partidos cuyos programas sólo se diferencian en ocasiones por matices prácticamente invisibles. Entre el Partido de la Marihuana y el de los Jubilados existen los partidos religiosos que defienden la ocupación a ultranza, que no son los mismos que son ultraortodoxos que también defienden la ocupación a ultranza, que a su vez no son los mismos que los religiosos que defienden a los colonos pero se consideran moderados. También están algunos partidos religiosos y laicos que dicen anteponer la vida de las personas (judías, por supuesto) a la ocupación, pero cuando se les pregunta si apoyarían una retirada de Cisjordania, responden que ahora mismo sería un error, porque si lo hicieran, los árabes cogerían poder y les lanzarían misiles como pasa en Gaza. Partidos de representación árabe sólo hay tres, y dos de ellos se intentaron ilegalizar para estas elecciones.

Tan sólo existía un partido de verdadera izquierda, el Meretz, pero perdió toda su credibilidad (y de paso a sus pocos votantes) al apoyar la intervención en Gaza. Uno de sus concejales en Jerusalén, Meir Margalit, que en su día salió a la calle junto con los árabes para manifestarse en contra de la intervención en Gaza y para poner en evidencia al líder de su partido, resumía de esta forma las elecciones: “Antes de la intervención contra Hamás, la sociedad israelí estaba desintoxicándose del pensamiento en blanco y negro y comenzaba a dilucidar en gris. Pero la demostración de fuerza en Gaza devolvió a la gente el orgullo perdido en Líbano en 2006 y les volvió a poner la droga delante. La tentación fue demasiado fuerte y por eso la derecha ha incrementado sus votos. Israel vuelve a estar donde quería: en la posición de macho más poderoso de Oriente Medio.” No en vano, la gran revelación de estos comicios han sido los 15 escaños conseguidos por el fascista Avigdor Lieberman, dueño de frases tales como: “Denegaré la ciudadanía a todo aquel que no sea leal al Estado de Israel”, “habría que atrapar a todos los rebeldes árabes y echarlos al Mar Muerto” o “si por mí fuera llamaría a la Autoridad Palestina y le diría que mañana a las 10 bombardearé todos los centros de negocio de Ramala.”

Con todo y con eso, hubo algo en lo que sí estaban de acuerdo todos los políticos: hacía muchos años que las calles no estaban tan tranquilas durante una campaña electoral. El mismo Margalit se extrañaba de que nadie le hubiese pegado por la calle, como de hecho le pasó en todos los demás comicios desde que comenzó su carrera política. Los otros periodistas que se alojaban en mi mismo hotel y yo, sólo tuvimos noticia de dos disturbios importantes relacionados con las elecciones: uno sucedió en la pequeña localidad árabe-israelí de Umm al Fahm, entre Haifa y Nazaret, donde un parlamentario del partido de derechas de Unión Nacional se empeñó en vigilar las urnas para que no se cometiese fraude. Los lugareños lo interpretaron como una provocación y en cuestión de segundos estalló una batalla campal entre los árabes, que a base de piedras y enfrentamientos cuerpo a cuerpo trataban de abrirse paso hasta el colegio electoral para encararse con el derechista, y la policía israelí, que acordonaba el colegio y les impedía el paso. Resultado: una valla del colegio rota (de hecho yo estaba haciendo fotos debajo y por poco me cae encima), cinco detenidos y el derechista en cuestión evacuado en media hora para evitar más problemas.


El otro enfrentamiento, típico ya en las elecciones, tuvo lugar en el barrio ultraortodoxo jerosolimitano de Beit Israel, cuya mayoría de habitantes son antisionistas. Consideran que el Estado de Israel sólo se puede formar con la llegada del verdadero Mesías, acontecimiento que aún no ha ocurrido, y por ello condenan todos los organismos y procedimientos del estado, incluidos los comicios. Durante el día de las votaciones se dedicaron a impedir la entrada de los votantes a los colegios electorales de su barrio, hasta que llegó la policía y los dispersó. (continuará)


Ver los otros artículos de Erika:
* Desde Palestina (I): "Pero allí, ¿qué hay?"
* Desde Palestina (II): La Odisea en Israel


1 comentarios: on "Desde Palestina (III): Operación Limpieza"

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el artículo, Erika, y sobre todo por haber conseguido salir de esa jaula de grillos.