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Juan José Domínguez

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Economía

viernes, 4 de marzo de 2011

Desde Egipto: la trastienda de la revolución

La revolución egipcia triunfó y Mubarak dejó el poder. Fueron dos semanas intensas en todos los sentidos, pues aunque valió la pena vivir la experiencia, fueron 15 días de trabajo ininterrumpido desde que me levantaba hasta que me acostaba. ¡Incluso soñaba con Tahrir por la noche! Sin embargo, una de las cosas que consiguió hacerlo todo mucho más llevadero fue el gran sentido del humor de los egipcios, capaces de convertir la peor de las situaciones en un motivo de cachondeo.

Reportaje de ERIKA J.
Corresponsal txistorrera

El primer día que llegué a la plaza Tahrir, no sabiendo lo que me iba a encontrar tras un par de centenares de muertos en disturbios contra la policía, un hombre que colaboraba en un control organizado por los propios manifestantes en el acceso a Tahrir, me paró y me pidió el pasaporte. “¿Todo bien? ¿Puedo pasar?” le digo. “Depende, ¿eres del Real Madrid o del Barça?” me responde él. “De Osasuna. ¿Me da eso derecho a un visado a la plaza?” “¡Osasuna!” exclama él; “¡Nekounam, Massoud! Por supuesto, bienvenida”. Me abre paso y, tras él, un control específico para mujeres me registra y accedo finalmente a la plaza. Dentro, se sucede el festival. Unos cantan, otros marchan dando vueltas a la rotonda pidiendo la caída del régimen, otros clavan al suelo tiendas de campaña, los jóvenes tocan la guitarra y los djembes… Y sobre todo, reina el buen rollo. Los manifestantes traen bolsas de comida y bebida para compartirlas; todo el mundo respeta los puntos de depósito de basuras, -irónicamente lo que sirve de contenedores son los vehículos calcinados de la policía- y todos se ayudan en lo que pueden.

Ya desde el principio comenzaban a hacer chistes: “Si la revolución triunfa en Egipto, nos veremos con Túnez en la final”, decía uno. Al principio, la gente llevaba carteles reivindicativos ingeniosos, del tipo “No creemos que vayas a hacer en 6 meses lo que no has hecho en 30 años”, o “Mubarak, intentas bailar bien, pero no olvides que yo soy el dueño del local”. Pero pasados los días, el humor más básico llegó también hasta los carteles y las consignas. “Mubarak, vete ya, echo de menos a mi mujer”, sostenía uno frente a una tienda de campaña. “Mubarak, hazlo rápido porque luego lo tendremos que aprender en la escuela”, decía el cartel de una niña. Otro, simplemente pedía: “Mubarak, vete ya; me duelen los brazos de sostener el cartel”. En una de las plataformas de la plaza, un joven con una guitarra dedicaba al público una canción titulada “La despedida del pollino”.

La revolución 2.0
En las redes sociales, la gente comenzaba a colgar chistes sobre el asunto, que luego se comentaban en la plaza. “Un oficial del ejército le dice a Mubarak: todo ha terminado, tienes que escribir un discurso de despedida para la gente”. Mubarak responde: “¿Por qué? ¿A dónde se van?”. Referencias también a la cobertura periodística de los acontecimientos. El día que llovió, ya casi en la segunda semana de protestas, alguien había colgado:
“Últimas noticias. Llueve en Tahrir. Al Baradei: “El régimen es totalmente responsable por la lluvia en Tahrir”. Hermanos Musulmanes: “No hablaremos con el régimen hasta que la lluvia cese en Tahrir”. Al Jazeera: “Nuestro corresponsal nos ha informado de que varios matones son responsables de la lluvia en Tahrir”. Los manifestantes: “Hemos atrapado varias gotas de lluvia y las hemos identificado como miembros del Ministerio de Interior”. Movimiento del 6 de abril: Mubarak nos prometió seguridad, pero en vez de eso ha mandado la lluvia para ahogarnos”. Televisión estatal: “Lo que los traidores están informando no es verdad: en Tahrir no está lloviendo”.
Un día de calor, pregunté a un tendero ambulante que vendía te (y lo llevaba viendo allá, en medio de Tahrir, desde el principio de las protestas) a ver si vendía agua. Me dijo que no, pero se ofreció a acompañarme al lugar de la plaza donde la podía conseguir. Durante el camino me preguntó qué opinaba sobre la manifestación. Yo, intentando ser diplomática, respondo: “Es sorprendente la organización que hay en la plaza. ¿Y tú qué opinas?”. La respuesta me deja doblada: “¡A mí me gusta Mubarak, pero desde que estoy aquí vendo un montón de te!”

Tras varios días de tranquilidad en Tahrir, más vendedores ambulantes se fueron animando a instalarse en la plaza. Me puse a hablar con uno que vendía sándwiches de queso a 15 céntimos. “Toda esta gente aquí pidiendo que se vaya Mubarak y es tan viejo que lo mismo se muere cualquier día de estos”, era su reflexión sobre la situación.

Actores y famosos revolucionarios
Por la plaza me encontré con un conocido actor cómico egipcio, Reda Hamed, quien me explicó que ya estaba preparando una película cómica sobre un hombre que se metía en líos durante la revolución. Sobre la marcha conocí también a un periodista egipcio encarcelado varias veces por el régimen por sus artículos críticos, que se encontraba en Tahrir manifestándose como uno más y me llamaba al móvil de vez en cuando para avisarme de los acontecimientos. Cuando hablábamos, siempre me decía que lo que más rabia le daba era ver que Estados Unidos e Israel se metían todo el tiempo en los asuntos internos egipcios. Un día me llamó para avisarme de que la manifestación había llegado hasta el edificio del Parlamento, un centenar de metros fuera de la plaza. “¿Tenéis idea de extenderos a más sitios?”, le pregunto: “Sí”, me contesta él; “nos vamos a extender hasta Tel Aviv. Ya que ellos eligen nuestro gobierno, nosotros iremos a elegir el suyo”. En la plaza también había al que le molestaba la misma cuestión. “Mubarak está perdido desde 1981. Si alguien lo encuentra, por favor, que avise a su familia en Tel Aviv”, decía un cartel.

La televisión estatal, mientras tanto, iba contando su propia versión de los acontecimientos. Uno de los días que más manifestantes se congregaron en la plaza, cerca de millón y medio, la tele local dijo que sólo había 2.000. Y para terminar de arreglarlo, dijeron que el Kentucky y el Hardee´s (hamburguesería famosa en Egipto) situados en Tahrir estaban dando de comer a los manifestantes. De hecho, me enteré de ello cuando me encontraba frente a la reja cerrada a cal y canto del Kentucky. Por supuesto, la anécdota tuvo réplica cómica en la plaza. “¡Comida del Kentucky, comida del Kentucky!”, chillaba uno mientras ofrecía galletas caseras al personal. “Yo hoy me voy a ir a hacer una manifestación contra los profesores de matemáticas porque nos enseñaron mal los números”, decía otro en referencia a las 2.000 personas de la televisión estatal.

Todo ha terminado
Cuando Omar Suleiman anunció por fin la renuncia de Mubarak, la plaza se transformó en una fiesta multitudinaria. Frente a unas tiendas de campaña, un grupo de manifestantes coreaba: “¡Mubarak se ha ido del poder, y nosotros nos vamos a la ducha!”

Al día siguiente, los congregados en Tahrir se organizaron para limpiar, pintar y recoger la plaza antes de irse definitivamente. Barrenderos y pintores llevaban en el pecho un cartel en el que se podía leer: “Perdón por las molestias, estamos reconstruyendo Egipto”. Pero el mejor cartel de todos era el que sostenía un joven frente al lugar donde los manifestantes recogían las últimas vallas metálicas de las barricadas que construyeron en los accesos a la plaza: “Mubarak, ya puedes volver, esto ha sido una broma de cámara oculta”.


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1 comentarios: on "Desde Egipto: la trastienda de la revolución"

Anónimo dijo...

Un buen reportaje que nos descubre cosas que los medios no nos contaron. Enhorabuena a la corresponsal y al blog.