Estaba claro que el 2011 iba a traer polémicas a cuenta de la nueva Ley del Tabaco. Son muchos también los mensajes que se leen en redes sociales sobre lo que supone poder tomarse algo en un bar sin salir oliendo (o apestando) a humo, y los comentarios en la calle de los no fumadores también. Sin embargo, otros aseguran que será la ruina de buena parte de la hostelería y los fumadores siguen reivindicando la tolerancia como guía de conducta. El siguiente texto parece un buen ejemplo.
Aunque no sea una cosa de la que me sienta orgulloso, debo confesar que soy un fumador de largo recorrido. Paradójicamente, fui el último de mis amigos en empezar con el nefasto vicio y ahora soy el único que sigue enganchado a la nicotina (y a aquellas otras sustancias que le añaden al tabaco los fabricantes de cigarrillos). La polémica Ley Antitabaco aprobada por el gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero ha puesto fin a una época, a una forma de entender la vida y sobre todo, el ocio.
Siempre he procurado ser un fumador respetuoso con los no fumadores y me alegro de que la lógica se haya ido imponiendo a lo largo de los años. Aun recuerdo la atmósfera cargada de humo de Ducados y el cenicero de colillas cuando de crío acudía a la consulta del pediatra en el Ambulatorio de Eibar. Se fumaba en ambulatorios, hospitales, cines, autobuses o centros de trabajo. Y nadie se quejaba, eran otros tiempos.
Empecé a fumar en la Universidad y fumábamos tranquilamente en clase. Aún recuerdo aquellas multitudinarias asambleas de estudiantes en el hall del edificio antiguo de la Facultad de Periodismo de Leioa, con una gran humareda de tabaco suspendida sobre unos jóvenes que querían cambiar el mundo. Y qué decir del año perdido en el Servicio Militar: un año en el que no se hacía otra cosa que fumar y beber, tanto en el cuartel como fuera de él.
Afortunadamente, como comentaba más arriba, la lógica se ha ido imponiendo y se han ido restringiendo los lugares donde se podía fumar para salvaguardar la salud de los que han elegido la opción correcta. Confieso que lo más duro fue el no poder fumar en el centro de trabajo, sobre todo en aquellos momentos en que la tensión te pedía a gritos tener un cigarrillo entre las manos. Pero nos tuvimos que acostumbrar, ya que no es justo que los compañeros no fumadores tengan que pagar por ello.
Nuestro último reducto eran los bares y restaurantes, pero me pareció genial que se habilitasen zonas especiales para fumadores y que se animase a los hosteleros a optar por que abriesen locales libres de humo. Era lo lógico: cada uno podía optar libremente por la opción que le conviniese. Los que necesitamos acompañar un café con un cigarrillo, no tendríamos que molestar a los que detestan que fumen a su lado.
Pero esta ley, por unas razones o por otras, fracasó. Y ahora el Gobierno ha optado por el camino fácil y falto de ideas: la prohibición total. No es que me resulte extraño en un Gobierno tan mediocre y dirigido por el peor presidente que ha tenido que sufrir este país desde tiempos de Viriato, pero se podría haber llegado a un punto intermedio, en el que todos podríamos haber tenido nuestro espacio. Se podría haber fijado un número máximo de bares donde se permitiese fumar, priorizando a los empresarios que ya habían realizado inversiones para adaptar sus locales y que han perdido su dinero. O se podrían haber pensado otras formulas. Pero la solución fácil siempre conviene a los mediocres.
Se ha jugado a satanizar a los fumadores para justificar una mala ley. Los defensores de esta ley han esgrimido argumentos de lo más variopinto. Una de ellos es que en otros países de Europa ya se están aplicando leyes similares desde hace años. Un argumento que saca una vez más la vena tercermundista de este país: lo que hacen en Europa es siempre un ejemplo a imitar. Es una lástima que el argumento no lo apliquen a leyes que afectan a la protección social, a la educación o a los servicios sanitarios. No entiendo como a los miembros del Gobierno no se les cae la cara de vergüenza al ver un sólo capítulo de Callejeros.
Siempre he procurado ser un fumador respetuoso con los no fumadores y me alegro de que la lógica se haya ido imponiendo a lo largo de los años. Aun recuerdo la atmósfera cargada de humo de Ducados y el cenicero de colillas cuando de crío acudía a la consulta del pediatra en el Ambulatorio de Eibar. Se fumaba en ambulatorios, hospitales, cines, autobuses o centros de trabajo. Y nadie se quejaba, eran otros tiempos.
Empecé a fumar en la Universidad y fumábamos tranquilamente en clase. Aún recuerdo aquellas multitudinarias asambleas de estudiantes en el hall del edificio antiguo de la Facultad de Periodismo de Leioa, con una gran humareda de tabaco suspendida sobre unos jóvenes que querían cambiar el mundo. Y qué decir del año perdido en el Servicio Militar: un año en el que no se hacía otra cosa que fumar y beber, tanto en el cuartel como fuera de él.
Afortunadamente, como comentaba más arriba, la lógica se ha ido imponiendo y se han ido restringiendo los lugares donde se podía fumar para salvaguardar la salud de los que han elegido la opción correcta. Confieso que lo más duro fue el no poder fumar en el centro de trabajo, sobre todo en aquellos momentos en que la tensión te pedía a gritos tener un cigarrillo entre las manos. Pero nos tuvimos que acostumbrar, ya que no es justo que los compañeros no fumadores tengan que pagar por ello.
Nuestro último reducto eran los bares y restaurantes, pero me pareció genial que se habilitasen zonas especiales para fumadores y que se animase a los hosteleros a optar por que abriesen locales libres de humo. Era lo lógico: cada uno podía optar libremente por la opción que le conviniese. Los que necesitamos acompañar un café con un cigarrillo, no tendríamos que molestar a los que detestan que fumen a su lado.
Pero esta ley, por unas razones o por otras, fracasó. Y ahora el Gobierno ha optado por el camino fácil y falto de ideas: la prohibición total. No es que me resulte extraño en un Gobierno tan mediocre y dirigido por el peor presidente que ha tenido que sufrir este país desde tiempos de Viriato, pero se podría haber llegado a un punto intermedio, en el que todos podríamos haber tenido nuestro espacio. Se podría haber fijado un número máximo de bares donde se permitiese fumar, priorizando a los empresarios que ya habían realizado inversiones para adaptar sus locales y que han perdido su dinero. O se podrían haber pensado otras formulas. Pero la solución fácil siempre conviene a los mediocres.
Se ha jugado a satanizar a los fumadores para justificar una mala ley. Los defensores de esta ley han esgrimido argumentos de lo más variopinto. Una de ellos es que en otros países de Europa ya se están aplicando leyes similares desde hace años. Un argumento que saca una vez más la vena tercermundista de este país: lo que hacen en Europa es siempre un ejemplo a imitar. Es una lástima que el argumento no lo apliquen a leyes que afectan a la protección social, a la educación o a los servicios sanitarios. No entiendo como a los miembros del Gobierno no se les cae la cara de vergüenza al ver un sólo capítulo de Callejeros.
El otro argumento más aireado por los defensores de la ley es que hay que proteger la salud de los trabajadores de la hostelería, victimas inocentes de los malvados fumadores. Pues bien, existe una ley en vigor que se llama Ley de Prevención de Riesgos Laborales, una ley que protege, o debería hacerlo, a los trabajadores de todos los sectores, con las únicas excepciones de servicios de urgencia, policía, militares y servicio del hogar, como se especifica claramente en los capítulos 2, 3 y 4 de dicha ley. Pero parece que en el sector de la hostelería se ha obviado esta ley. Si la inhalación del humo del tabaco es un riesgo (algo que es evidente a estas alturas) se debería haber evaluado y el empresario debería haber tomado las medidas necesarias para la protección de sus trabajadores. Y eso vale lo mismo para la industria química como para un bar de barrio. Jamás he visto que Inspección de Trabajo haya tomado cartas en el asunto, no que los sindicatos se hayan preocupado por denunciarlo. De hecho, jamás he visto manifestaciones de camareros como las que han protagonizado, por ejemplo, los afectados por el amianto. ¿La culpa es de los fumadores o de los que han hecho dejación de sus funciones?
Y mientras llega el verano y con él las terrazas, el café y el cigarrito me lo tomaré en mi casa tranquilamente, a salvo de los aprendices de inquisidor que se han adueñado de unos espacios que hasta fin de año nos unían a todos los ciudadanos y que ahora han quedado reservado solo para unos cuantos.
Y mientras llega el verano y con él las terrazas, el café y el cigarrito me lo tomaré en mi casa tranquilamente, a salvo de los aprendices de inquisidor que se han adueñado de unos espacios que hasta fin de año nos unían a todos los ciudadanos y que ahora han quedado reservado solo para unos cuantos.
7 comentarios: on "Falacias y malos humos"
Te diré quien hizo fracasar la ley anterior: los fumadores y los hosteleros. Si los fumadores activos hubieran acostumbrado preguntar a sus amigos, sus familiares y sus compañeros de trabajo no fumadores (= fumadores pasivos), que son una abrumadora mayoría social:¿A dónde preferís que vayamos, a un bar con humo o uno sin humo?; si los fumadores hubieran acompañado a sus amigos, familiares y compañeros de trabajo a bares sin humo, a restaurantes sin humo, a discotecas sin humo; si los no fumadores hubiesen podido elegir entre locales con y sin humo; si hubiesen podido ir a locales sin humo sin sufrir el chantaje de sus amigos fumadores de "yo ahí no entro"; pues quizás la ley hubiera funcionado. Si los hosteleros hubieran optado por la mayoría social que no fuma y hubiesen establecido un número razonable de locales sin humo, no habría hecho falta modificar la ley. Pero la triste realidad es que lo que ha sucedido a lo largo de cinco años ha sido justo lo contrario; los fumadores han estirado la cuerda todo lo que han podido, los hosteleros han apostado por el humo (poquísimos locales apostaron por los no fumadores), y los fumadores pasivos hemos llegado al límite de nuestra paciencia. Y el arma de la mayoría, en democracia, es justamente eso, la mayoría a través del parlamento.
Soy una no fumadora a la que jamás le ha preguntado ningún fumador si me molesta su humo, y por cierto, me molesta, me asquea y me asfixia. Me he tragado el humo en casa, en los autobuses, en esa misma facultad de periodismo, tanto en el edificio viejo como en el aulario. Y estaba hasta las narices de oler como un jodido cenicero. Tenía que aguantar a una jefa y una compañera de despacho que eran chimeneas donde no podía respirar y salía apestando a tabaco después de 8 horas. Sólo quedaban los bares. La zona fumadores no funciona porque el humo no sabe de marquitas, o mamparas y yo si me quiero tomar un café o un cubata no tiene por que ser alrededor de una mareante fumata. Ahora que hay una ley que me asiste ellos se enfadan, y lo entiendo, pero mientras no la hubo, nadie se paraba a pensar por mis derechos a respirar sin tabaco. ¿Por qué tengo que pensar en los fumadores si ellos jamás pensaron en mí?
Yo vivo en Francia, los bares estan a tope (igual o mejor que antes), el que quiere fumar se va 5 minutos a la calle, la ropa no te apesta, y la comida esta mas rica.
No sé porque se empeña la gente en conceder el mérito de esta magnífica ley al Gobierno de Rodríguez Zapatero o, peor, a Leire Pajín que ni siquiera era ministra cuando se empezó a tramitar. La iniciativa fue de los grupos parlamentarios PSOE, IU-ICV y ERC; y todos los demás la han apoyado (incluyendo el PP), sin perjuicio de algunos matices. Creo que el único grupo favorable a que se siguiera fumando en los bares fue UPN, a lo mejor encuentra alguna relación entre la foralidad y el tabaco...
Fumar es de fatxas.Nadie que se diga progresista puede fumar.
Pues sí...
Yo no tengo "poblemas". Me encierro en "mi sacristia" y tan ricamente.
Publicar un comentario