Por MIKEL OTAEGI
Confesiones de un escéptico
Han prohibido las corridas de toros porque 'Catalonia is not Spain', y eso es tan legítimo como impedir la venta de cedés de Andy y Lucas para defender la salud mental de los ciudadanos.
Pero hagamos política ficción y supongamos que el único motivo que ha llevado al Parlament aanular la Fiesta Nacional es el amor confeso de los parlamentarios a la flora y fauna de los Països Catalans. "Porque nosotros también somos animales". "Y que lo diga, señor diputado".
Pero hagamos política ficción y supongamos que el único motivo que ha llevado al Parlament aanular la Fiesta Nacional es el amor confeso de los parlamentarios a la flora y fauna de los Països Catalans. "Porque nosotros también somos animales". "Y que lo diga, señor diputado".
Sigamos con la política ficción. Algunos de los que rechazan la prohibición lo hacen porque entienden que vulnera la libertad de elección de los ciudadanos. Parece que lo ideal es esperar a que la sociedad se forme y se informe, asuma con el tiempo y la educación los valores del respeto a la dignidad animal (cerdos que disfrutan de orgasmos de 30 minutos y chapotean en el fango), para que sea ella, la sociedad, la que expulse de sus hábitos la tortura artística y sangrienta a la que se le somete al toro. Sentaría un precedente peligroso: serían los iletrados los que marcarían el ritmo del país, y no su vanguardia intelectual.
Otros lo rechazan porque consideran que matar a un animal, previo fustigamiento adornado de ballet, es tan deporte como el fútbol y tan arte como un Picasso. No todos, pero muchos de los que mantienen esta postura prohibirían el aborto, cualquiera que fuera la circunstancia del embarazo, y miran a otro lado cuando los curas se propasan en los confesionarios. "¡Que viva el bebé!". "¡Que viva el toro!". La vida como valor absoluto que excluye el cómo vivirla: esto depende deltamaño de la cartera y de un oportuno viaje a Londres.
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