El extraño y sangrante caso de Mazim Qumsiye

Por ERIKA J.

Corresponsal en Palestina

Esta entrada tiene un doble propósito: Uno, daros a conocer el caso de un vecino mío, que organiza las manifestaciones pacíficas de los domingos en Beit Sahour contra la ocupación de una base militar en Ush Ghrab, territorio palestino. Y dos, ayudarle en la medida de mis posibilidades. Mazim Qumsiye, el tipo del que os hablo, es profesor de Historia en la Universidad de Belén y trabaja a media jornada en las oficinas de Belén del Applied Research Institute de Jerusalén. Desde el lunes, y por espacio de dos semanas, se encuentra en Estados Unidos, como invitado a una serie de conferencias sobre la ocupación israelí sobre Palestina.

El domingo, Mazim lideró, una vez más, la manifestación de Beit Sahour, que esta vez los soldados repelieron no sólo con botes de gas y bombas de sonido, sino también con balas (algunas de goma, otras recubiertas de goma, pero balas). El vídeo de aquella manifestación ya lo podíais ver en el artículo del fin de semana pasado.

El martes de madrugada, los soldados israelíes aparecieron en su casa (que está en zona A, control palestino, donde supuestamente, por los acuerdos de Oslo que ellos mismos firmaron, tienen prohibido entrar) con la intención de arrestarlo. Ahora sabe que en cuanto llegue al puente Allenby de Jordania (único lugar por el que los palestinos pueden entrar y salir del país) será detenido. El resto no lo voy a escribir yo: os transcribo directamente el e-mail que ha mandado al conocer la noticia a toda la gente que conoce, titulado “El ejército israelí me busca”:

El ejército israelí invadió mi vecindad a la 1.30 de la madrugada del martes despertando a mi madre, mi mujer y mi hermana. Soldados fuertemente armados cortaron las calles durante la operación. Cuando mi familia abrió la puerta, pidieron verme. Les dijeron que me había ido a Estados Unidos. Después de un buen número de preguntas, entregaron a mi madre un papel en el que se ponía que debía personarme en la oficina militar el próximo lunes. Ella y mi hermana les explicaron que no estaría aún de vuelta para entonces. Claramente el aviso del militar de Ush Ghrab que mencionaba en mi anterior mail se basaba en esto.

(Inciso: en ese mail anterior, Qumsiye explicaba lo que había pasado el domingo: “Un militar se me acercó en la manifestación y me dijo: “Tú eres Mazin Qumsiye, intentarás irte a Estados Unidos el lunes, te aconsejo que no lo hagas.” Era un momento surrealista para amenazarme y hacerme ver que me seguían los pasos. Simplemente contesté “lo que yo haga o deje de hacer sólo tiene que ver con mi conciencia y el resto es cosa de Dios").

Así que supongo que ahora soy un hombre buscado por participar en protestas no violentas. Los que estuvieron en la manifestación y tienen vídeos o fotos, les pido por favor que contacten conmigo.

Lo que me inquieta no es el riesgo que corro yo; cualquier acción contra la opresión se decide hacer sabiendo que existen riesgos personales. Lo que me preocupa es que esto tiene un efecto en mi familia y en los miles de amigos alrededor del mundo (muchos de ellos inesperados). Mi madre, de 76 años, me pide por teléfono que no vuelva, que me quede un tiempo trabajando en Estados Unidos; Una dolorosa propuesta para que la haga una madre. Trato de convencerla de que no he hecho nada malo y de que volveré junto a ella, y entonces ella me explica multitud de ejemplos de gente que tampoco llevó a cabo ningún tipo de acción violenta y también fue detenida, encarcelada, y por todo lo que sus familias tuvieron que pasar. Un amigo me ha dicho que no tengo nada de qué preocuparme, que sólo intentan asustarme para que deje de organizar manifestaciones.

Otra noche sin dormir intentando decidir qué podemos hacer. Le aseguro a mi madre que seguiré con mi ronda de conferencias en Estados Unidos como estaba planeado, y que esto terminará algún día, -la canción “We Shall Overcome One Day” (“Venceremos Algún Día”) me viene a la cabeza.- Pero no soy diferente de cientos de otros. Israel está tomando medidas radicales contra todas las actividades civiles y populares en Palestina porque:

1) No existe la resistencia armada ahora mismo.
2) La resistencia civil está creciendo y augurando un nuevo y poderoso levantamiento.

La represión por parte de Israel de aquellos que expresan su desacuerdo refuerza en nuestras mentes la importancia de la resistencia civil, admitiendo que se debe pagar un precio por ello. Más de 30 activistas fueron arrestados en Bil´in durante el pasado año, muchos otros en Ni´lin, Al Masara y otros lugares. La represión revela la bancarrota del régimen sionista y su paranoia excesiva que más tarde o más temprano le llevará a su desaparición. Es una paranoia inherente en las bases de su filosofía. Esta ideología abrazada por un subconjunto de judíos (sionístas) simplemente enseña que “somos el pueblo elegido por Dios, él nos dio esta tierra, no podemos estar equivocados al actuar contra los goyim (todos los que no son judíos) especialmente si actuamos contra aquellos que resultaron estar aquí cuando llegamos, reclamando y limpiando nuestras tierras, y la Ley Internacional y los derechos humanos no nos conciernen”. Son falsas ilusiones autodestructivas que son inculcadas desde los primeros años de colegio y que perpetúan el mito de “ser únicos”. Esta creencia lleva a los comportamientos que ahora son difíciles de ocultar, como la limpieza étnica de 1948, que fue sólo el principio. Pero ahora incluso existen israelíes que se están despojando de esta mitología y se están uniendo a la lucha. Al final, viviremos juntos a pesar de toda esta represión.

Debo considerar varias opciones a la hora de responder a esta circunstancia en particular. Si tenéis algún consejo, lo agradezco. Mi primer pensamiento es que deberíamos intensificar nuestro trabajo por la paz y los derechos humanos en este periodo histórico crítico: escribamos a los medios, los políticos, los vecinos y a cualquiera que quiera escucharnos. No podemos ser neutrales en un tren en movimiento; existieron momentos en Estados Unidos en los 50 y 60 o en la Sudáfrica del Apartheid en los que el silencio era complicidad con el crimen”.