Por JAUME D'URGELL
Replicado a petición suya
Éstas no serán unas palabras fáciles. Sé bien que horas después de escribir esto, perderé algunas decenas de ‘amistades digitales’, y creedme si os digo que lo lamento, pero lamentaría más avergonzarme de mi silencio, por lo que no me queda otra alternativa que decir las cosas como son.
Hay noticias que incomodan al poder establecido; verdades que —aún siendo ciertas—, producen desasosiego en la vista y el oído de algunos políticos malacostumbrados a moverse únicamente en el terreno de lo “plausible”.
Una de esas noticias, recientes, públicas e irrefutables, es la reforma de la Ley de Extranjería acometida esta semana en España: una reforma antihumana, ignominiosa y de un flagrante carácter injusto: contraria a la letra y el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, opuesta a la Constitución y al sentido común… pero Ley, a fin de cuentas.
Con franqueza: no comprendo cómo la policía de un país que tiene a un inmigrante en la Jefatura del Estado, se dedica a organizar monterías de seres humanos en el centro de su capital administrativa; no entiendo cómo puede alguien pretender que una persona trabajadora nacida más allá de unas líneas que son mentira, no merece ser atendida por la Sanidad Pública; no entiendo cómo un país de emigrantes puede odiar a los inmigrantes; no logro entender por qué, muchas administraciones públicas fomentan la aparición de guetos, la falta de integración y la estratificación de la sociedad en base a criterios ultrajantes para la conciencia de la humanidad.
Ayer mismo, en mi ciudad, pude ver con mis propios ojos cómo un par de efectivos del Cuerpo Nacional de Policía procedían a la identificación y posterior detención selectiva de personas, en base al color de su piel. Hace apenas 15 días, pude ver cómo un grupo grande de efectivos de la policía municipal de Madrid, realizaba una cacería de seres humanos de origen africano, en plena Puerta del Sol, valiéndose de agentes de no-uniformados, efectivos motorizados que actuaban con gran temeridad entre aceras repletas de viandantes y corte sincronizado de calles. También en esta ocasión, el criterio de discriminación entre “personas normales” y “sospechosos detenibles” era el color negro de su piel.
Esta situación me ofende como vecino de Madrid, como español, como europeo y como habitante del planeta. Esta situación debe ser denunciada. Esta situación debe terminar. Es preciso crear departamentos específicos de lucha contra la discriminación racial, cultural, religiosa y social en el seno de las Administraciones Públicas. Urge revocar cualquier instrucción racista. Es necesario aumentar los recursos y las competencias del Defensor del Pueblo y organismos humanitarios de similares características, para acabar con esta lacra de vergüenza institucional.
Vincular el crimen o la crisis económica con la inmigración es radicalmente falso: la realidad es que la inmigración nos enriquece a nivel cultural y económico. Ninguna persona es más digna que las demás. Nadie vale menos que nadie. No existen razas superiores. Nadie puede ser ilegal, alegal o irregular. Ningún ser humano puede ser ni estar prohibido.
Implícate. Lee. Reflexiona. Actúa. Comunica.
¡Salud!
4 comentarios: on "¿Seres humanos prohibidos?"
Muy bueno: además el borbón no sólo es inmigrante, sino que cobra del Estado sin haber hecho oposición
Hace unos años una española, blanca de color blanco, ganó un juicio en yankiland por el que pasó a ser considerada como negra de color negro, porque era lo que reivindicaba.
Aquí tenemos, con un poco de suerte, un caso similar: el primer candidato a Miss América con pelambrera facial y huevera de bulto redondo.
Los discursos políticamente correctos cada día me ponen más tiernito, me reblandecen, lo confieso, empezando por el cerebro... hasta tal extremo llego, que yo enarbolo siempre estos mismos argumentos delante de todas las puertas de los vestuarios de tías que hay en el mundo, que conste en acta, pero ni por esas cuela. En fin... mala suerte. El mundo es injusto, un asco, y bla, bla, bla... qué le voy a contar a alguien que es capaz de subirse a cambiar una bandera, con el riesgo de partirse la crisma.
Soy un egoísta, lo confieso, insolidario de manual, y para colmo bastante misántropo, o completamente... para que no me acusen de hacer distingos, y mi mayor preocupación en estos momentos es saber si con la castaña que llevo, digna de la locomotora de la calle Comedías (¿Me pone una docena? Sí, toma, una que son como doce. Coño gracias... a ver cómo me la pelo, que esto ni con las dos manos) mañana tendré una resaca de grado uno, dos o tres en la escala Gintonic (del bueno, que con los años estoy empezando a pecar también de sibaritismo. Vamos... una joya soy). Creo que con mi historial me he ganado el derecho a dejar de pagar impuestos, a ver si así, sintiendo la solidaridad en carne propia, me redimo. Versión dos punto cero de Ebenezer Scrooge, en pobre, con dos cojones.
¿Ganará Osasuna al Sporting? Joder... esto es un sin vivir, esta incertidumbre me va hacer recaer en el tabaco. Qué nervios... joder.
No es que no existan razas superiores o inferiores, es que en el ser humano no existen las razas, así de simple; simplemente porque no se hallan diferencias en el genoma humano, tan sólo podemos hablar de una única raza.
El resto de diferencias podemos calificarlas como de determinadas etnias o poblaciones. Por lo que la palabra racismo de por sí carece de sentido.
Parece que es condición humana buscar siempre alguien inferior sobre el que sentir más derechos o sentirnos por encima. Ocurre a todos los niveles. Aquellos marginados por determinado sector social marginan a su vez a otros, siguiendo una jerarquía tácita al margen de toda constitución y declaración de derechos humanos.
Se permite entrar a inmigrantes sólo en base a los números necesarios para que las pensiones del país puedan mantenerse en base a lo establecido. Números criminalizados cuando no nos convienen, números sin cara que obvian la identidad de cada persona, la historia que lleva detrás y la desesperación por encontrar algo mejor en estos países que precisamente son los que apoyan esa situación en los suyos, los que controlan los mercados y ahogan al resto para que seamos nosotros los que siempre nos mantengamos a flote.
Suscribo con Jaume sobre todo eso de que cómo un país de emigrantes puede odiar a los inmigrantes. Ay que poca memoria tienen algunas personas.
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