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Juan José Domínguez

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Economía

viernes, 28 de agosto de 2009

El Golán existe

Por E. JARA
Regresada de Palestina

Desde que llegué a Palestina estaba como loca por visitar los Altos del Golán. Este pequeño enclave montañoso y fértil situado al noreste de Israel fue sirio hasta 1967, año en que el ejército hebreo lo ocupó y lo incluyó en los mapas de los libros de texto de sus colegios.

Sus habitantes vivieron en pocos meses lo que los palestinos tuvieron 20 años para intentar asimilar. La tragedia de un refugiado palestino sucedió en dos fases: la primera, en 1948, cuando lo echaron de su casa e hicieron desaparecer su poblado y la segunda en 1967, cuando Israel volvió para ocupar el resto del territorio de la histórica Palestina (Gaza y Cisjordania) donde muchos de los refugiados habían huido. Durante esta misma guerra de 1967, apodada la Guerra de los Seis Días, Israel aprovechó el tirón para invadir también los Altos del Golán sirios y, para poner a todos los territorios ocupados al mimo nivel, les hizo pasar por la destrucción y expulsión propia del 48 más la ocupación del 67, todo ello concentrado en unos pocos meses.

Durante los sesenta días siguientes a la invasión, 134 de los 139 poblados que existían en el Golán fueron destruidos. 124.000 de sus 130.000 habitantes fueron expulsados. Cuando la ONU ordenó a Israel retirarse de la capital del Golán, Quneitra, los hebreos se sintieron muy contrariados, y su respuesta fue reducir a escombros una por una todas las casas de la ciudad con sus bulldozers y sembrar de minas todo el terreno para asegurarse de que, ya que les obligaban a irse, nadie pudiera volver a habitar en aquella ciudad. El gobierno sirio se vio obligado a construir otra ciudad a 5 kilómetros de allí para albergar a las personas que habían huido de Quneitra. Actualmente Quneitra es una ciudad fantasma de casas destruidas a la que sólo se puede acceder desde Siria con un permiso especial de su Ministerio de Interior. Un funcionario sirio acompaña al visitante para velar por su seguridad y evitar que pise una mina. Allí estuve el pasado año, y ahora quería saltar los dos kilómetros de tierra de nadie y ver qué sucede en el lado israelí.

Llegué a Majdal Shams, el más grande de los cinco poblados árabes que quedan, entrada la noche, junto con dos compañeros en un coche alquilado. Tras dejar atrás los 42 grados de Jerusalén y los 47 de la carretera del Jordán, agradecimos muchísimo ponernos una chaqueta para cubrirnos de los 20 de la noche del Golán. Más impresión nos llevamos cuando, al día siguiente, abrimos la ventana y contemplamos un paisaje verde, montañoso y salpicado de pequeños lagos (sí, ya sé que no es tan raro, pero llevábamos tres meses en el desierto!!)

El doctor Salman Briek, del centro Golán for Development, fue nuestro guía en una de las visitas más surrealistas que hicimos por la zona. Antes de salir hacia el primer lugar que queríamos ver, el doctor nos preguntó si nos importaba que antes hiciésemos una visita a su hija, que se encontraba en un campamento de verano. Le dijimos que no tendríamos problema de no ser porque sólo teníamos un día para estar por allá, pero él nos dijo: “Tranquilos, el campamento está a 1 kilómetro del centro de la ciudad, a cinco minutos de aquí; los israelíes no nos permiten organizarlo fuera de nuestros límites.” Nos quedamos extrañados. Efectivamente, vimos las tiendas de campaña junto a las huertas de los lugareños, en las afueras. En la verja de entrada hay colgado un póster del Che Guevara y en mitad de la explanada ondea una bandera siria. Salman se asegura de que su hija está bien y nos vamos. En el coche, nos explica que “el plan de estudios en los colegios del Golán es el mismo que en el resto de Israel”, así que los niños árabes sirios aprenden que “cuando los soldados israelíes llegaron al Golán no había nadie, y si había se fueron porque se lo ordenó el ejército sirio. ¿Los restos de poblados? Antiguas instalaciones militares sirias, porque el interés de Siria en el Golán era sólo hostil, un lugar estratégico desde el que atacar a Israel.” “Los padres no tenemos tantas horas para ellos como tiene el colegio para explicarles quiénes somos realmente, de ahí la importancia de los campamentos.”

En mitad de la charla, bordeamos una rotonda en cuyo centro se erige una estatua en la que un árabe alza su espada rodeado de la que parece ser su familia. Le pregunto al doctor por su significado. Nos cuenta que es un monumento levantado para conmemorar la lucha contra el colonialismo francés, y que el que blande la espada es un líder árabe sirio. Cuando Israel invadió el Golán, quiso deshacerse de la estatua, pero al estar en el centro de uno de los poblados árabes que sobrevivió a la limpieza, se limitó a exigirles que la girasen para que el líder árabe no blandiese la espada hacia el oeste sino hacia el este. Los habitantes del pueblo se negaron, puesto que todos sus enemigos (Francia, Israel…) habían venido del oeste. “Lo que quieren es que la espada apunte hacia el Este, para que parezca que Siria es la ocupante”, explica el doctor. Los israelíes hicieron estallar una bomba en la estatua y la destruyeron parcialmente, pero el escultor, nativo del Golán, se ofreció a reconstruirla de nuevo de manera gratuita.

Llegamos por fin al ‘Lugar de los Gritos’: Cuando el Golán fue separado del resto de Siria e incorporado por la fuerza a Israel, muchas familias quedaron fragmentadas. Ni los sirios pueden visitar Israel ni los israelíes Siria, y además, los dos territorios no se tocan directamente porque hay un kilómetro de zona cerrada militar (tierra de nadie) que separa ambos países. Los sirios de ambos lados han encontrado una particular forma de mantener el contacto: cada viernes, tras el rezo en la mezquita, se suben a la cumbre de las montañas fronterizas y se comunican a través de megáfonos y prismáticos. El lado sirio ha habilitado una grada para alojar a la gente que quiere ir a hablar con sus familiares, pero en el lado israelí, la gente se aposta en la carretera o en una casa a medio construir, entre campos minados. Más abajo, en el fondo del valle, veo algunas huertas. Pregunto al doctor de quién son, pues están muy cerca de la verja fronteriza, y me dice que son huertas de sirios del otro lado, muchos de ellos familiares de habitantes del Golán. Me cuenta que algunas veces, por las noches, algunos se arriesgan a saltar la verja desde el lado sirio para reunirse con sus familiares, pero si los soldados israelíes los descubren, los acusan de espionaje para el gobierno sirio.

Llegamos a tomar el té a casa de uno de sus amigos. Entre los dos nos explican que, en 1982 los israelíes quisieron darles la ciudadanía israelí pero ellos se negaron, por miedo a perder para siempre su derecho a ser sirios. “Hicimos una huelga pacífica durante seis meses y ganamos”, dice orgulloso. Yo les felicito por ello, pero el asunto no me termina de cuadrar. Le pregunto confundida: “Y entonces, ¿qué nacionalidad tenéis ahora?” La respuesta quizá era obvia, pero no habría sido capaz de imaginarla: “Tenemos nacionalidad indefinida”. Mi cara de sorpresa provoca la carcajada de los dos amigos, y por un momento pienso que me están tomando el pelo. Pero entonces uno de los dos me enseña el documento de identidad –expedido por Israel- de su hijo. Efectivamente, pone: “Nacionalidad: Indefinida”. “¡No veas la de problemas que tenemos en los aeropuertos internacionales!” comentan sonrientes.


El amigo del doctor nos invita a pasar a la parte de atrás de la casa, lo que debería ser el jardín, pero en vez de eso nos encontramos varios montones de tierra acordonados con un cartel que avisa de que la zona está minada. “Hemos pedido millones de veces a los israelíes que retiren las minas, que nos den los mapas, que las desactiven. Nunca lo han hecho. Los territorios minados están tocando las casas y los colegios, y como todo aquí son valles y llueve a menudo, la erosión hace que cambien de sitio y su control es muy difícil. Desde el 67 ya han muerto 16 personas por culpa de minas, y 8 de ellos eran niños.”

Tras tomar el té con su amigo, el doctor nos invita a dar un paseo por su huerta y de paso comer un puñado de las famosas manzanas del Golán (el Golán exporta el 50% de las manzanas y cerezas que se consumen en Israel y Palestina). Allá, con unas espléndidas vistas al lago Ram, Salman nos cuenta cómo se las arreglan en el Golán para llevar agua a sus huertas. Los Altos del Golán tienen importantes reservas naturales de agua; la lluvia deja más de 1.000 millones de metros cúbicos al año en su suelo (a ver si os había parecido que Israel invade cualquier sitio sin pensar). En 1959, ocho años antes de la invasión del Golán, Israel publicó una ley que se mantiene hasta hoy, por la que todas las fuentes de agua israelíes pasaban a ser propiedad del estado y cualquier obra o excavación para hacer pozos requería la aprobación del gobierno. Por eso, cuando Israel ocupó en el 67 Cisjordania, Gaza y el Golán, toda el agua que allí existía pasó a ser gestionada por el ejecutivo hebreo. Los pocos habitantes árabes que quedaron en el Golán necesitaban seguir exportando sus manzanas y cerezas, pero no tenían agua propia ni derecho a obtenerla, y la compañía nacional de agua israelí se negó a venderles un solo litro. La situación es irónica: por un lado se fuerza a los niños árabes a convertirse en israelíes con libros de texto que intentan lavarles el cerebro, pero por otro se niega a sus padres el derecho que tiene cualquier ciudadano del mundo a tener agua.

Ante esta situación, los árabes aplicaron el ingenio. Dado que estaba prohibido excavar y construir estructuras, a un ingeniero del Golán se le ocurrió instalar bidones gigantes al lado de las huertas para guardar el agua de la lluvia. Entre el 82 y el 84 aparecieron 650 bidones en las huertas. Israel, que no se lo esperaba y no podía prohibir directamente los bidones, puesto que no eran ilegales, redactó una nueva ley por la que los árabes del Golán (y sólo ellos) debían obtener el permiso de cinco ministerios para instalar un bidón en su huerta: el ministerio de Medio Ambiente, el de Planificación, el Departamento Nacional de Transporte de Aguas, el Ministerio de Defensa (¿¡) y la Autoridad Arqueológica (¿¿¡¡).

Salman nos asegura que lleva un año entero intentando conseguir el primero de los permisos. Pero Israel no se quedó satisfecho del todo con el resultado de esta ley, porque no pudo aplicarla con carácter retroactivo a los bidones que ya estaban instalados. Así que lo que hizo es señalar en la ley que si las nubes y el cielo de los que cae el agua son israelíes, el agua que cae también lo es, por lo que los habitantes del Golán deben pagar tasas por cada litro de lluvia que recogen en compensación por el perjuicio infligido al suelo israelí. Por otro lado, la compañía israelí nacional de agua, Mekorot, nunca había vendido agua a los árabes (por lo menos a los árabes del Golán). El doctor explica que “desde hace unos pocos años, Mekorot nos ofrece agua, pero si a los israelíes se la vende a 0,5 sheckels el metro cúbico, a nosotros nos lo vende a 3,5 sheckels, es decir, 7 veces más caro”. El doctor confirma que algunos han aceptado porque no les queda otro remedio si quieren mantener su huerta.

Tras saciarnos de un montón de fruta deliciosa, el doctor nos vuelve a dejar en el punto de partida, junto a nuestro coche. Durante el viaje de vuelta vemos todo lo que no pudimos ver durante el viaje de ida, porque era de noche: instalaciones militares por todas partes, explanadas interminables de tanques israelíes, campos y más campos minados que comienzan justo al borde de la carretera…

El presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, es presionado por la comunidad internacional para que congele los asentamientos de Cisjordania. Aparecen titulares sobre ello todos los días. Sin embargo, la situación del Golán, con 18.000 árabes en 5 poblados sometidos por 18.000 colonos en 34 asentamientos en un espacio de 1.850 km2 (que equivaldría a un tercio de Navarra), no parece interesar a nadie. Obama ni lo menciona. Es territorio ocupado al igual que Cisjordania pero, por lo visto, sus habitantes sirios merecen aún menos derechos que los palestinos.


3 comentarios: on "El Golán existe"

JD dijo...

Enhorabuena Erika por el reportaje y por las fotografías. Nos permite conocer algo más de esa zona que sí sabemos que existe pero no sabemos muy bien por qué.

Los Altos del Golán se me muestran ahora como un pequeño oasis en medio del desierto... aunque sólo en lo geográfico. En lo político, más de lo mismo: Israel, colonos, opresión. Increíble lo de "Nacionalidad Indefinida". Alucinante lo de pagar por recoger el agua y pedir permiso a 5 ministerios (y luego nos quejamos de nuestra burocracia, madre mía). Detalles que no salen en los medios habitualmente.

Gracias, Erika. Un reportaje para imprimir.

Juli Gan dijo...

Enhorabuena. Es un relato valiosísimo que, como siempre, nos cuenta cosas que jamás saldrán en los medios de comunicación pagados por quienes tienen ciertos intereses comunes con ese país que practica la solución final con los nativos expulsados de su tierra.

Chantreano que se descojona dijo...

Y luego dicen que hay crisis,,, hay que ver cómo viaja la juventud navarra. Qué tiempos en los que los pelados íbamos a Salou y los farloperos a Benidorm.

Dios... que resacón voy a tener mañana, ¿hoy?, ¿luego?

Maiorga... no te he visto, si lees esto manifiéstate!!!

¿Quién soy?
¿A dónde voy?
¿De dónde vengo... vaivén o marengo?

Buenas noches.