Leire, vuelve (nunca se había ido), hoy
con una reseña de un interesante libro
sobre uno de los temas de moda, tal vez
porque la crisis lleva al replanteamiento
de posturas que parecían inamovibles:
la innovación.
Todos hemos estado ahí. En esa reunión clave donde impulsas una idea o propuesta que te emociona. Donde un debate lleva a un apoyo mayoritario que parece a punto de convencer a todos. Hasta que, en un momento fatídico, tus esperanzas se hacen ceniza cuando alguien se levanta y dice: “Dejádme hacer de abogado del diablo por un momento”.
Es como Tom Kelley presenta en su libro, The ten faces of innovation, al mayor enemigo de la innovación: el abogado del diablo. Ése que bajo la excusa de haberse puesto en la piel de otra persona, se permite despedazar tu idea, hundirte la moral y convencer al resto de que es mejor no arriesgar. Porque a la hora de apostar es más cómodo creer en los errores de un proyecto que en sus virtudes, y la tendencia negativa suele ser más poderosa.
Pero de la misma forma que todos hemos sufrido al personaje, todos hemos sido escépticos con los proyectos de otros, contribuyendo así a la matanza colectiva de la innovación.
¿El remedio para que sobreviva? Desarrollar las ideas de los otros. Dejar de intervenir en los debates fijándonos en la pata coja de un proyecto, y empezar por alabar los puntos fuertes para después fortalecer los débiles. Tomar la buena onda por bandera y ser alentador. Es la filosofía vencedora que lleva a Google a capitanear el mundo de la innovación. Porque uno no acierta en la innovación por ser más cínico, o tener argumentos con más peso teórico y pseudo-intelectual. Igual que ya no se es más profesional por hablar o vestir con más seriedad.
El abogado del diablo mata la innovación en la sesión de brainstorming de una empresa, en el proyecto de fin de carrera de unos universitarios, en los planes de verano de una cuadrilla y en el debate sobre qué hacer con su vida entre un joven con sus padres. El “sí, pero...” está presente en todos los ámbitos donde se discute una idea. A veces es producto del miedo, otras veces de la inseguridad, de la comodidad de la tradición o de la pura envidia. Pero si hay algo claro es que la matanza acumulada de ideas, a largo plazo y en todos los ámbitos, sólo paraliza el progreso en las vidas de los individuos, de las empresas y del conjunto de la sociedad.
3 comentarios: on "La innovación y el abogado del diablo"
Una oda a la censura, empaquetada en libro de gurú. Si la ingeniería financiera (innovación de primera línea) hubiera tenido su abogado del Diablo, los Estados Unidos, ¡oh, tierra de las libertades!, no se hubieran pegado la hostia que se han pegado.
Es la dictadura de los 'contras'. Sin duda eso mata todo. Ponerse en lo peor siempre es lo peor.
Vaya por delante la advertencia de que hay mil cosas mejores que hacer antes que leer lo que sigue, diametralmente opuesto a lo que precede en espíritu y forma.
Este libro tan innovador y este artículo deben de pecar exactamente de lo mismo que pretenden satanizar: lejos de “tomar la buena onda por bandera y ser alentador”, ajustan el punto de mira del rifle y cosen a balazos a ese carácter tan propio, necesario y casi inevitable en un grupo humano de tamaño mediano.
El “abogado del diablo” –dando por sentada la concepción malévola que determinadas corrientes religiosas tienen de él–, o el Pepito Grillo en la literatura universal desde que la literatura es universal, evita disgustos más graves de los que genera al principio. ¿Cuántos planes y proyectos se han salvado porque hay un “abogado del diablo” que, en contra de la orgiástica corriente de vino y rosas, se ha preocupado más que sus compañeros en las debilidades y ha frenado esa “buena onda” –que alguien deberá explicar si se trata de ir al tajo puestos de cannabis hasta arriba o si es una manera innovadora de llamar a la clásica voluntad de trabajo común con respeto y educación–?
Me pregunto: ¿el “no despedazarás la idea del prójimo ni siquiera con educación y respeto” es el undécimo mandamiento? ¿Acaso no se puede hablar en primer lugar bien y con humildad de los defectos que presentan las ideas ajenas para proyectos propios? ¿Siempre hay que empezar destacando el valor de la idea que se somete a debate para luego, como con los niños, ir corrigiendo, a hurtadillas, en silencio, hasta dejar el proyecto final que no lo reconoce ni la madre que lo parió, como dijo Guerra?
¿De verdad que es este el obstáculo? ¿No será que el problema lo tienen quienes acaban con la “moral hundida” por no ser lo suficientemente maduros para encajar que su idea, lejos de ser brillante y, por lo tanto, definitiva, es manifiestamente mejorable y debe ser tratada como tal, muy lejos de euforias orgiásticas?
Esto sin entrar mucho en eso de que “uno no acierta en la innovación por ser más cínico, o tener argumentos con más peso teórico y pseudo-intelectual”. Desde luego, pero este tipo de lecciones rara vez las dan los hombres de empresa que primero han fracasado y luego triunfado y sí guruses que recorren el mundo en clase business sentando cátedra sobre lo que está bien o está mal sin siquiera ser capaces de saber cuál es la realidad concreta de la empresa en la que imparten su magna lección. “Igual que ya no se es más profesional por hablar o vestir con más seriedad”. Ni se es más innovador por tener futbolines, billares y toboganes multicolores por los que lanzarse en sandalias y sombreros de paja con un cubata en la mano.
Cuando el “abogado del diablo” se detiene, en mitad de esa lluvia de ideas que plantea el texto, con una de las gotas es porque le atrae y pretende mejorarla. No se para a criticar todas y cada una de las gotas, sino que se detiene en unas pocas que pueden salir adelante si se pulen los defectos. Si por sistema se para sólo en las gotas que aporta una de las personas de grupo o en otras que tienen otro denominador común se hable de lo que se hable, es que se trata de un necio insolente que debe abandonar el grupo por el bien de los dos. Ese es el cenizo, no el “abogado del diablo”. Y tampoco tiene nada que ver con la innovación: es un imbécil redomado.
Porque lo que para nosotros es el “abogado del diablo”, para la competencia es el abogado de dios.
Gracias por llegar hasta aquí.
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