Vuelven los "retratos abstratos" de Eloy Rabo y lo hacen a lo grande: con el presidente foral. Don Miguel, que tiene mucho sentido del humor, seguro que no se lo toma a malas (esperamos).
Cuando se marche de Diputación, los pasos de Miguel Sanz resonarán durante años, en plan psicofonía. Es lo que tiene pasar 15 años en un sitio: que se queda todo marcado. Por joder un poco, sólo dos socialistas (Rodríguez Ibarra y Chaves) y un nacionalista (Pujol) han estado más tiempo que él de presidentes autonómicos. Claro que él no es autonómico: es foral. La foralidad te permite estas cosas.
De director de la sucursal de Caja Rural en tu pueblo, a mandamás de Caja Navarra, el ascenso de Sanz fue cuasi fulgurante y a base de caídas misteriosas dentro de UPN. Si con 31 años eres alcalde de tu pueblo, prometes mucho en la vida. En la vida política, claro. Y más cuando tomas por banderas de tu causa cuestiones del tipo “que vienen los vascos”. La vez que más cerca los sintió de su cogote fue en agosto de 2007, cuando ya andaba empaquetando en cajas hasta la banderita navarra de la mesa. “Que no, Miguel”, le dijo entonces otro de los fantasmas del Palacio de la Diputación, “que tengo aquí una oferta que Pepiño no puede rechazar”.
Y así fue como Sanz llegó a su última legislatura. Quince años, oigan. Van a sonar hasta psicofonías con su voz cuando deje el chalet abrigado por la secuoya. “Yolanda, cuídame el alicatado, que me lo pusieron unos amigos de cuando era sindicalista”.
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