Por MIGUEL IZU
Ya lo dejó (lo de parlamentario)
Coinciden en estos días dos medidas en la misma dirección aunque una se toma en Pamplona y la otra en Madrid. La mini reforma del Amejoramiento que han pactado UPN y PSOE con luz apagada y taquígrafos ausentes va a eliminar de su texto las tradicionales vacaciones del Parlamento de Navarra los meses de enero y julio-agosto. En el Congreso de los Diputados de momento no se atreven a reformar la Constitución en el mismo sentido, pero han decidido que trabajarán durante las vacaciones parlamentarias de enero y julio, y sólo se darán a la molicie del ocio en agosto. Demos la bienvenida a esta medida, que ya había reclamado de palabra y por escrito no sólo para que trabajen otros sino incluso cuando yo era uno de los directamente afectados.
Con este tema de las vacaciones parlamentarias el debate siempre acaba en lo mismo. Los parlamentarios aseguran que esos meses donde no hay sesiones siguen trabajando duro haciendo otras labores imprescindibles para servir a los ciudadanos; los ciudadanos no se consideran bien servidos y tienden a pensar que los parlamentarios son unos vagos que no dan ni golpe en todo el año y viven del cuento a su costa.
En mi opinión (que daré por si a alguien le interesa conocerla ya que he sido parlamentario durante un breve lapso de mi vida y sigo siendo ciudadano, espero que por muchos años), como casi siempre que se oponen visiones tan enfrentadas, la verdad no está en el blanco ni en el negro, sino en varias tonalidades de gris. Entre los parlamentarios, como en cualesquiera otras ocupaciones, hay desde gente que trabaja mucho hasta gente que no trabaja nada, pasando por todos los estadios intermedios. Dado que a lo largo de mi vida laboral, que ya empieza a ser algo porque ya superó los veinte años que según el tango no son nada, he pasado por diversos lugares y ocupaciones y he podido comprobar que ese es un fenómeno bastante extendido. Y supongo que su comprobación está al alcance de cualquiera a nada que eche un vistazo a su alrededor y se fije un poco.
En todas partes hay gente trabajadora y responsable que se implica en lo que hace más allá de lo que estrictamente está obligada en virtud de su contrato, de la ley o de su programa electoral. Que llega puntual al inicio de su jornada laboral, que la prolonga siempre que hace falta, que sacrifica festivos, fines de semana y hasta vacaciones si es necesario, que no falla a ninguna reunión salvo por fuerza mayor debidamente justificada con antelación, que cumple sus compromisos dentro de plazo, culmina la parte del trabajo que se le ha encomendado y a veces también la que correspondería a otros, que no espera que los demás le reclamen para tomar la iniciativa de hacer cosas, y que además en su tiempo libre trabaja gratis para buenas causas. En fin, esa gente que sabemos que existe en todas partes y que hace que las cosas funcionen, sea una empresa, un ayuntamiento, un sindicato, una familia o una asociación. Y que si faltan se hunde todo. Aunque algunos no lo creerán, en la política también hay alguna gente así (menos de la que debiera), y algunos parlamentarios responden a este tipo. De modo que respecto de ellos es verdad que da igual si es período de sesiones o período de vacaciones parlamentarias, porque en un caso y otro estarán trabajando duro.
En todas partes hay vagos redomados, esa gente que gasta toda su energía en escaquearse de cualquier esfuerzo. Los hay de diversos tipos, aunque simplificaré la clasificación en sólo dos. El vago vulgar, ese que no hace nunca nada por iniciativa propia, que espera a que le digan lo que tiene que hacer para empezar a maquinar alguna excusa para no hacerlo, que llega tarde siempre o directamente no llega, que se eterniza en cualquier tarea por simple que sea, que jamás cumple los plazos y que nunca está disponible para asumir ninguna responsabilidad más allá de lo que marca estrictamente el reglamento (y a menudo tampoco más acá). El vago cuya vagancia se retroalimenta, los que le rodean en cuanto le conocen suelen abstenerse de encargarle ningún trabajo que convenga que esté finalizado antes de que aparezcan los signos del Apocalipsis. Luego está el vago con jeta, ese que tampoco trabaja apenas, pero que está siempre muy ocupado fingiendo que lo hace. Que incluso puede estar puntualmente en su puesto, pero no para trabajar, sino para pasar el rato comentando el trabajo de los demás, explicando lo que debería hacerse para ver si lo hace algún otro, contando chistes para mejorar el ambiente laboral, aplazando siempre los plazos porque el tiempo se ha echado encima, posponiendo el cumplimiento de los compromisos porque siempre ha surgido algo más urgente, ese que llega a las reuniones (si llega) con las manos en los bolsillos porque nunca trae los papeles que se supone debía preparar, que no recuerda las gestiones que tenía que haber hecho, o que estuvo demasiado ocupado para hacerlas, que habla mucho por teléfono para asegurarse de estar informado sobre lo que hacen los demás, que tiene brillantes iniciativas siempre en la dirección de optimizar la productividad simplificando los procesos, ahorrando recursos y aligerando la carga de trabajo (sobre todo la suya).
Pues entre los parlamentarios también hay vagos que ejercen tanto en período de sesiones como en período de vacaciones parlamentarias, y vagos de ambas especies de las que he descrito, pero la verdad es que la política es un entorno especialmente propicio para la adaptación y reproducción de la segunda. En cualquier cargo público es habitual estar inmerso en una incesante actividad, día y noche, todos los días del año. Reuniones, congresos, jornadas, mesas redondas, conmemoraciones, inauguraciones, homenajes, concentraciones, manifestaciones, viajes, visitas, audiencias, entrevistas, tertulias, conferencias, mitines, fiestas de presentación, desayunos informativos, comidas de trabajo, cenas de clausura. Todo el tiempo p’aquí p’allá. El político trabajador se halla agobiado para cuadrar la agenda, no faltar a nada importante, no ofender a nadie, sacar tiempo para todo incluyendo el trabajo individual de leer, estudiar, pensar y escribir, y si puede, que no siempre se puede, tener un poco de vida privada y familiar. El político vago está en su salsa y con una recargada agenda que le sirve como coartada para no estar donde no le apetezca estar y para no hacer nada que no le apetezca hacer, pero estar en todos los saraos con foto y televisión o donde se reparta algo; a poco que tenga algo de labia y carezca de escrúpulos incluso puede triunfar en la política y llegar a ser un líder carismático. Y entre estos dos extremos, muchos términos medios, gente que más o menos trabaja bien, gente que más bien trabaja poco. Y esto sucede en todos los partidos, de derecha, de izquierda, de centro, de arriba y de abajo. De haber alguna diferencia, es que en los partidos más grandes, en los grupos parlamentarios más numerosos, en los que reparten más cargos, es más fácil que se camuflen los vagos y consigan que sean otros los que trabajen.
En fin, y volviendo a la pregunta inicial. Algunos parlamentarios trabajan mucho, algunos casi nada. En esto son tan vulgares como el propio vulgo que los elige y del que son extraídos. Hay que desterrar dos ideas gravemente erróneas muy extendidas ambas aunque contradictorias. Una, que los políticos surgen de un sofisticado proceso de selección, se trata de que gobiernen los mejores, de modo que cuanto más importante es un cargo mayores méritos y cualidades adornan al que es elegido para desempeñarlo; de ahí los tratamientos de ilustrísima o excelencia que reciben algunos altos mandatarios (otros como los de alteza o majestad no están al alcance de cualquiera sino reservados a procedimientos de mejora genética a lo largo de siglos y siglos). Y otra, que los políticos son por naturaleza malos, mentirosos y corruptos, mientras que los ciudadanos de a pie son buenos, virtuosos y honrados y no se los merecen; esta idea que se adquiere o refuerza con la visión de cualquier empalagosa película de Frank Capra lleva a la conclusión de que gobiernan los peores.
Con este tema de las vacaciones parlamentarias el debate siempre acaba en lo mismo. Los parlamentarios aseguran que esos meses donde no hay sesiones siguen trabajando duro haciendo otras labores imprescindibles para servir a los ciudadanos; los ciudadanos no se consideran bien servidos y tienden a pensar que los parlamentarios son unos vagos que no dan ni golpe en todo el año y viven del cuento a su costa.
En mi opinión (que daré por si a alguien le interesa conocerla ya que he sido parlamentario durante un breve lapso de mi vida y sigo siendo ciudadano, espero que por muchos años), como casi siempre que se oponen visiones tan enfrentadas, la verdad no está en el blanco ni en el negro, sino en varias tonalidades de gris. Entre los parlamentarios, como en cualesquiera otras ocupaciones, hay desde gente que trabaja mucho hasta gente que no trabaja nada, pasando por todos los estadios intermedios. Dado que a lo largo de mi vida laboral, que ya empieza a ser algo porque ya superó los veinte años que según el tango no son nada, he pasado por diversos lugares y ocupaciones y he podido comprobar que ese es un fenómeno bastante extendido. Y supongo que su comprobación está al alcance de cualquiera a nada que eche un vistazo a su alrededor y se fije un poco.
En todas partes hay gente trabajadora y responsable que se implica en lo que hace más allá de lo que estrictamente está obligada en virtud de su contrato, de la ley o de su programa electoral. Que llega puntual al inicio de su jornada laboral, que la prolonga siempre que hace falta, que sacrifica festivos, fines de semana y hasta vacaciones si es necesario, que no falla a ninguna reunión salvo por fuerza mayor debidamente justificada con antelación, que cumple sus compromisos dentro de plazo, culmina la parte del trabajo que se le ha encomendado y a veces también la que correspondería a otros, que no espera que los demás le reclamen para tomar la iniciativa de hacer cosas, y que además en su tiempo libre trabaja gratis para buenas causas. En fin, esa gente que sabemos que existe en todas partes y que hace que las cosas funcionen, sea una empresa, un ayuntamiento, un sindicato, una familia o una asociación. Y que si faltan se hunde todo. Aunque algunos no lo creerán, en la política también hay alguna gente así (menos de la que debiera), y algunos parlamentarios responden a este tipo. De modo que respecto de ellos es verdad que da igual si es período de sesiones o período de vacaciones parlamentarias, porque en un caso y otro estarán trabajando duro.
En todas partes hay vagos redomados, esa gente que gasta toda su energía en escaquearse de cualquier esfuerzo. Los hay de diversos tipos, aunque simplificaré la clasificación en sólo dos. El vago vulgar, ese que no hace nunca nada por iniciativa propia, que espera a que le digan lo que tiene que hacer para empezar a maquinar alguna excusa para no hacerlo, que llega tarde siempre o directamente no llega, que se eterniza en cualquier tarea por simple que sea, que jamás cumple los plazos y que nunca está disponible para asumir ninguna responsabilidad más allá de lo que marca estrictamente el reglamento (y a menudo tampoco más acá). El vago cuya vagancia se retroalimenta, los que le rodean en cuanto le conocen suelen abstenerse de encargarle ningún trabajo que convenga que esté finalizado antes de que aparezcan los signos del Apocalipsis. Luego está el vago con jeta, ese que tampoco trabaja apenas, pero que está siempre muy ocupado fingiendo que lo hace. Que incluso puede estar puntualmente en su puesto, pero no para trabajar, sino para pasar el rato comentando el trabajo de los demás, explicando lo que debería hacerse para ver si lo hace algún otro, contando chistes para mejorar el ambiente laboral, aplazando siempre los plazos porque el tiempo se ha echado encima, posponiendo el cumplimiento de los compromisos porque siempre ha surgido algo más urgente, ese que llega a las reuniones (si llega) con las manos en los bolsillos porque nunca trae los papeles que se supone debía preparar, que no recuerda las gestiones que tenía que haber hecho, o que estuvo demasiado ocupado para hacerlas, que habla mucho por teléfono para asegurarse de estar informado sobre lo que hacen los demás, que tiene brillantes iniciativas siempre en la dirección de optimizar la productividad simplificando los procesos, ahorrando recursos y aligerando la carga de trabajo (sobre todo la suya).
Pues entre los parlamentarios también hay vagos que ejercen tanto en período de sesiones como en período de vacaciones parlamentarias, y vagos de ambas especies de las que he descrito, pero la verdad es que la política es un entorno especialmente propicio para la adaptación y reproducción de la segunda. En cualquier cargo público es habitual estar inmerso en una incesante actividad, día y noche, todos los días del año. Reuniones, congresos, jornadas, mesas redondas, conmemoraciones, inauguraciones, homenajes, concentraciones, manifestaciones, viajes, visitas, audiencias, entrevistas, tertulias, conferencias, mitines, fiestas de presentación, desayunos informativos, comidas de trabajo, cenas de clausura. Todo el tiempo p’aquí p’allá. El político trabajador se halla agobiado para cuadrar la agenda, no faltar a nada importante, no ofender a nadie, sacar tiempo para todo incluyendo el trabajo individual de leer, estudiar, pensar y escribir, y si puede, que no siempre se puede, tener un poco de vida privada y familiar. El político vago está en su salsa y con una recargada agenda que le sirve como coartada para no estar donde no le apetezca estar y para no hacer nada que no le apetezca hacer, pero estar en todos los saraos con foto y televisión o donde se reparta algo; a poco que tenga algo de labia y carezca de escrúpulos incluso puede triunfar en la política y llegar a ser un líder carismático. Y entre estos dos extremos, muchos términos medios, gente que más o menos trabaja bien, gente que más bien trabaja poco. Y esto sucede en todos los partidos, de derecha, de izquierda, de centro, de arriba y de abajo. De haber alguna diferencia, es que en los partidos más grandes, en los grupos parlamentarios más numerosos, en los que reparten más cargos, es más fácil que se camuflen los vagos y consigan que sean otros los que trabajen.
En fin, y volviendo a la pregunta inicial. Algunos parlamentarios trabajan mucho, algunos casi nada. En esto son tan vulgares como el propio vulgo que los elige y del que son extraídos. Hay que desterrar dos ideas gravemente erróneas muy extendidas ambas aunque contradictorias. Una, que los políticos surgen de un sofisticado proceso de selección, se trata de que gobiernen los mejores, de modo que cuanto más importante es un cargo mayores méritos y cualidades adornan al que es elegido para desempeñarlo; de ahí los tratamientos de ilustrísima o excelencia que reciben algunos altos mandatarios (otros como los de alteza o majestad no están al alcance de cualquiera sino reservados a procedimientos de mejora genética a lo largo de siglos y siglos). Y otra, que los políticos son por naturaleza malos, mentirosos y corruptos, mientras que los ciudadanos de a pie son buenos, virtuosos y honrados y no se los merecen; esta idea que se adquiere o refuerza con la visión de cualquier empalagosa película de Frank Capra lleva a la conclusión de que gobiernan los peores.
Pues ni tanto ni tan calvo. Representantes y representados, votantes y votados, suelen estar aquejados de las mismas miserias humanas.
4 comentarios: on "Pero... ¿ya trabajan los parlamentarios?"
Yo sí pienso que todos los politicos que deciden participar en esta sucia,corrupta y antidemocrática Partitocracia son corruptos,mentirosos y malos,puesto que ellos saben que están participando en un malvado engaño,en una farsa,y se aprovechan de ello.
En la política he visto de todo, como decía no suele haber mucha diferencia entre el personal que se dedica a ella y el que no se dedica. Pero entre los vagos que andan por la política predomina el vago con mucha jeta, que aparenta que está haciendo algo, pero apenas hace más que calentar la silla. Eso sí, suelen aparentar muy bien.
¿Por qué se les llama "parlamentarios" si no "parlamentan" nada,no deliberan nada? Las decisiones y votaciones vienen pre-establecidas desde las sedes de los partidos,o las impone inmediatamente el jefe/jefes de partido. Bastaría con que se reunieran en un despacho los 6-8 jefes de cada partido,y votaran los asuntos en relación al porcentaje de votos de las últimas elecciones. De esta manera,además de ahorrarnos el 95 por cien del enorme presupuesto del parlamento,se evidenciaría la estafa política que padecmos desde hace 30 años,y nos ahorraríamos espactaculos patéticos como el de Iturgaiz,o que un parlamentario vote con el pie el botón de su ausente compañero. Sr. Izu,cuando en Navarra y España instauremos una Democracia,todos los que os habéis lucrado,aunque sea legalmente, de esta sucia estafa política,deberéis rendir cuentas a la sociedad.
Estimado pueblerino:
No sé porqué tienes la osadía de acusarme de haberme lucrado con la política. Hablas gratuitamente y con perfecto desconocimiento de causa porque no conoces mis ingresos. Creo que los ciudadanos deben (debemos) ser exigentes con los políticos, pero de ahí a la presunción de que todo el que ha ocupado un cargo público es un estafador hay un trecho grande, el que va de la democracia a la demagogia. Yo he rendido cuentas a la sociedad todos los años, porque todos los años presento mi declaración del IRPF, y puedo presentar copia a quien quiera; y también hice las correspondientes declaraciones de actividades y patrimonio que están depositadas en el Parlamento. Aparte de eso, respondo aquí con nombre y apellidos de lo que haga falta (un poco más expuesto que acusar desde el anonimato). En la política nunca he ganado más dinero que el que hubiera ganado si no me hubiera movido de mi puesto de funcionario. Y ahora no tengo ningún cargo público ni ninguna responsabilidad, tampoco la de aguantar impertinencias.
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