Lo que vienen siendo los sindicatos

Por ELOY RABO

Anal-listo de bar

En todos los barrios hay un bar que hace las veces de parlamento popular. Es ese tabernáculo que no puede ser identificado como "el bar de los pijos" ni como "el bar de los borrokas", y que tiene la suficiente variedad sociológica como para permitirte un retrato amplio de las inquietudes del vecindario. El bar-parlamento al que yo voy tiene cafetera, cañas y pocos pinchos, unos viejos jugando al tute y jóvenes de fábrica tomando algo. Y luego estamos los analistas de barra, que somos como de plantilla y de lo más variopintos. Un día os los presento.

Ayer coincidimos en la barra Pablo, un licenciado treintañero que trabaja en una especie de gestoría; Esteban, sesentón ingeniero de una industria pesada que, tras varios cambios de propietario, acaba de cerrar; y un servidor. Pablo con su cerveza de botellín, Esteban con su vino y yo con mi caña. Para todo hay clases. Esteban anda estos días cabreado como una mona por la situación de su fábrica, en la que han mandado a todos a tomar por culo y él, a 120 días de cobrar la pensión completa, no es el que peor parado ha salido. "Peor están los curritos", dice. Pablo andaba preguntando cuántos días le corresponden por enfermedad de su sobrino recién nacido, y venía a decir que le daba cierto palo pedir todo lo que le toca pedir. Y Esteban respondía:

- Que son tuyos, joder, que te corresponden. De honrados, tontos. Luego, ya ves, 35 años currando y te mandan a tomar por culo.

Y de aquella frase sincera vino la frase políticamente incorrecta de Esteban:

- Los que más se controlan las leyes, los que vienen de fuera. Ésos se las saben todas, oye. No sé si es que vienen aprendidos de su país o se la empollan en el aeropuerto.

Temía que el discurso acabara en lo xenófobo, que últimamente en la barra todo concluye con sentencias de ese tipo, pero Esteban aportó una posibilidad más:

- O es que los sindicalistas les adoctrinan bien adoctrinados, que todo puede ser.

Y mira, ahí me dio la clave. Porque es probable, le dije a Esteban, que los sindicalistas de aquí vayan como buitres a por los currelas que vienen de Ecuador, de Rumanía o de donde sea, buscando simplemente trabajar, no aprovecharse de sus derechos, que derechos son. Y si los sindicalistas van a por ellos es porque a nosotros ya no nos engañan. Que ya les conocemos, joder, añadí; que llevamos mucho tiempo viendo que son sindicalistas por ellos, no por los trabajadores, y que los días propios y las liberaciones y estar tocando los huevos a la dirección por si ésta se acuerda de ellos les viene fetén. O sea, concluí, para mí que ésa es la madre del cordero.

Esteban me miró y dijo que sí. Pablo asentía, sin levantar la vista del botellín. Y preguntó:

- Entonces, ¿cuatro días me tocan?

- Pregúntaselo a tu comité de empresa, que para eso está - respondió Esteban.

En la televisión, mientras, veíamos de fondo a los gandules de un reality-show de jóvenes que ni estudian ni trabajan, y los tienen encerrados en una casa a ver si aprenden un mínimo de urbanidad y disciplina. Los de la Generación Ni-Ni.

- Ni-ni, ni pollas. Lo mejor que podían hacer con la casa era pegarle fuego - exclamé.

- La ley de Vagos y Maleantes, coño - dijo Esteban. - ¿Cómo no va a hacer falta trabajar hasta los 67? Si vuestras pensiones dependen de ésos, estáis jodidos.

Pablo seguía asintiendo intentando hipnotizar el botellín.

- Lo peor de todo es que nosotros, por no tener, no tenemos ni comité de empresa - soltó de golpe. Esteban le miró, levantó su copa y la chocó contra la cerveza del treintañero.

- Pues nada, macho. A montarlo. Tú, de presidente. Y a vivir.